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Tips viajeros

  Un día, en Asilah, Marruecos, caminábamos por la medina cuando Aldana decidió entrar a ver el precio de unos collares y pulseras que quería comprar. No era un negocio distinto a otros donde ya habíamos entrado alguna vez, tanto en ese viaje como en otros. Era el típico lugar donde sabíamos que el precio de lo que íbamos a comprar se definiría, sí o sí, regateando. Aldana elige algunos, mira otros, compara éstos con aquellos y se decide por varios. Durante todo ese tiempo el vendedor, que hablaba español, solo nos miraba o se dedicaba a seguir con sus cosas. Cuando llegó el momento de pagar, nos dice el precio de uno de los collares al que por supuesto nosotros nos negamos y le ofrecimos una cifra  mucho más baja. En ese momento, Abdul (llamemos así al vendedor) me dice: “Ahh, ¿a ti te gusta regatear? ¿Tú crees que sabes regatear?” No era la respuesta a la que estábamos acostumbrados de un vendedor de este tipo de puestos de mercado, por lo que me sorprendió. Mi respuesta fue un “sí”, no muy enérgico, a ambas preguntas. Ya lo habíamos hecho en mil lugares, siempre creyendo que habíamos obtenido un buen precio por la mercancía en cuestión, motivo por el cual mi respuesta estaba fundamentada. Al menos para nosotros. Acto seguido, Abdul descuelga un objeto, no recuerdo bien qué era, y a continuación sucedió, resumiendo, lo siguiente: