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Dubrovnik y mi experiencia con un viajero curioso

Yo estaba en mi carrito verde tratando de terminar lo que había empezado hacía una media hora: dormir. Habíamos hecho barcostop desde Split a Dubrovnik y estaba agotado. Me había entretenido con una pareja de holandeses que terminaron regalándome un perrito (nunca supe si de buena onda o porque los tenía cansados).
–¡Ahí está! –escucho que mi mamá grita y me incorporo. Veo que mi papá abre los brazos y los mueve como queriendo dirigir el tráfico de los aviones. Y ahí lo veo. Un chico de la edad de mi papá, medio pelado, con barba y con la camiseta de la selección argentina de fútbol.
¿Este es el famoso amigo del que me hablaban mis papás con quién íbamos a pasar unos días?, pensé en ese momento.
Con una sonrisa enorme se acercó, me dijo algunas palabras y me conquistó. En ese momento no sabía que íbamos a hacer tantas cosas juntos. Pero con el transcurso de las horas nos hicimos íntimos amigos. Está bueno esto de cruzarnos con amigos en el camino y cambiar un poco de caras. Mis papás son unos genios, pero los veo las 24 horas del día todos los días… así que cambiar un poco de compañero de viaje de vez en cuando viene bien.

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Después de que mis papás se abrazaran con Esteban nos fuimos al hostel donde él estaba alojado. Yo quería salir a pasear, pero ellos prefirieron descansar un poco. Todos saben que soy más inquieto de lo normal, por eso mientras ellos hablaban yo jugaba y corría en la habitación. Menos mal que era un espacio amplio.

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Como Esteban es Un Viajero Curioso, ese descanso no duró mucho tiempo. ¡Menos mal! Porque mucho tiempo encerrado en una habitación no me aguanto (a lo mejor esa curiosidad que compartimos nos hizo tan compinches). El primer paseo fue tranquilo y ya me mostró que Dubrovnik era una hermosa ciudad. Recorrimos el camino desde el hostel hasta la ciudad vieja, Ragusa, que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La verdad es que para mí las ciudades son más o menos todas iguales, pero tengo que reconocer que algunas tienen un encanto especial. Aunque suene algo cursi eso de «encanto especial», me pareció que así era. Dubrovnik debe tener eso porque recibe miles de visitantes todos los años y los creadores de la serie Juego de Tronos (que a mi no me dejan ver) se filmó entre las murallas del siglo XIII que cuidan la ciudad.

 

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Yo no vi la serie, pero cuando me llevaban caminando de la mano por las escaleras o me subían entre los dos para no bajarme del carrito (es que si me bajo después no me quiero subir) me sentía como un rey. Mi tía Araceli siempre repite una frase de Freud: «su majestad, el bebé». Así que me acordé de esa frase y de mi tía todo el paseo por el casco histórico.
Cuando paseábamos por ahí quisimos recorrer las murallas de la ciudad que tienen 16 torres y, dicen, unas vistas impactantes. Digo “dicen” porque no pudimos verlas. Los cuatro pensamos que era gratis caminar por las murallas, como lo es en muchas otras ciudades, pero había que pagar más de 10 euros, por lo que los adultos del grupo decidieron no subir (y a mí no me quedó otra que quedarme con las ganas).

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El segundo día de viaje nos fuimos con Esteban a un mirador para tener esas vistas hermosas de la ciudad que salen en todas las revistas. En realidad, él se fue más temprano a otro mirador para ver el amanecer, pero yo soy como mi papá, me cuesta muchísimo madrugar, así que esas fotos se las debemos.
A media mañana salimos a la ruta e hicimos dedo hasta el mirador (un dedo “corto” porque conmigo se les complica). Admiramos el paisaje y Esteban nos sacó una linda foto a los tres. A la vuelta no nos paraba nadie y decidimos empezar a caminar al costado de la ruta. Mis papás decían que eran algo inconscientes, pero a mí me encantó la aventura. Esteban se fue por la ruta de arriba, más transitada, y nosotros por la de abajo, donde el tráfico era mucho menos. Tardamos bastante en llegar al hostel y el calor ya era insoportable, así que después de comer algo me quedé dormido.
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Esa tarde, cuando me levanté, hicimos una salida de “hombres”. Mi mamá estaba cansada por el calor y prefirió quedarse en la habitación (creo que también estaba un poco cansada del trabajo que yo le doy). Me fui con mi papá y Esteban a la playa. Nos divertimos muchísimo, nadamos, filmamos y, de yapa, terminamos en la pileta de un hotel cinco estrellas con unas vistas impresionantes al mar. Es verdad eso de que las mejores cosas pasan cuando menos las planificas. Yo estaba feliz. Entre ellos dos me sentía grande. Me sentía un viajero importante. Y, lo más lindo, es que me encantaba escucharlos. Algunas cosas no entendía, pero ellos hablaban tan compenetrados y muchas veces ser reían que eso a mí me gustaba.
El tercer día Esteban nos tenía una sorpresa. Nos propuso ir a la Bahía de Kupari para visitar lugares abandonados. ¿Sabían que hay varios blogs que solo hablan y muestran fotos de lugares abandonados por el mundo? ¡Encontré uno hasta en japonés! Yo estaba muy entusiasmado. Me imaginaba corriendo entre fierros doblados y paredes descascaradas, pero nada más lejos de mi imaginación. Me tuvieron casi todo el tiempo a upa o de prepo en el carrito. Es que además de caños doblados y paredes descascaradas había muchos vidrios peligrosos para que yo ande solo por ahí.
La historia del lugar y lo que generan los lugares abandonados en quienes los visitan es una historia que se la dejo a mis papás para que les cuenten en el próximo post. Yo solo les digo que disfruté muchísimo la conversación en la costanera y el almuerzo (aunque estaba dormido mientras lo preparaban).

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Para volver de la Bahía de Kupari también hicimos dedo. ¡Pero esta vez me puse a hacerlo yo! Dicen que los bebés imitamos todo, así que lo único que tuve que hacer fue levantar el brazo y poner el pulgar en posición. Como nunca me canso, a la noche, mientras Esteban subía unas fotos a Facebook yo me entretenía con sus zapatillas.

 

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Al cuarto día hubo mudanza. Del hostel nos fuimos a un departamento en pleno casco antiguo. Así que lo que más hicimos los últimos días era pasear por las angostas calles y correr por lo que para mí eran avenidas. Esa tarde de la mudanza, mi papá y Esteban decidieron ponerse a ver si podían hacer unos pesos. Mi papá preparó todo para hacer magia de cerca y Esteban colocó cuidadosamente sus fotos para venderlas. De a poco se fue llenando de gente y, justo cuando mejor estaba, llegó la policía y los sacó. Por suerte no les cobraron multa ni se quedaron con sus cosas, pero los dos estaban enojados porque les había empezado a ir bien.

 

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¡¡Ahí, debajo de la cama estoy yo!! 

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Los últimos dos días Esteban siguió su camino para Bosnia-Herzegovina y nosotros nos quedamos en el departamento. Con mis papás esperábamos que pasaran las peores horas de calor y nos íbamos a caminar. De meternos en cualquier lugar descubrimos un bar improvisado sobre las rocas, justo afuera de las murallas donde muchas personas se sientan a tomar algo y a mirar los lindos colores del atardecer. Siempre que vemos esas escenas mis papás repiten la mismas frase “Con Tahiel no se puede” y se dan media vuelta. Yo a veces me siento mal al escucharla, pero sé que no lo dicen de malos, sino porque añoran un poco esas situaciones. Yo les digo a mi manera que no se preocupen porque pronto vamos a poder hacerlo juntos. Mi mamá tomará su cerveza, mi papá su coca y yo mi jugo. Ya voy a ser más grande y voy a quedarme quieto más tiempo.
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En esta foto me crucé con unas nenas y les di un muñeco a cada una.

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La última tarde mi mamá subió hasta la parte más alta de la ciudad para tener mejores vistas (ya que no habíamos podido caminar por la muralla) y después nos fuimos los tres a disfrutar del último atardecer en la ciudad, pero fuera del casco antiguo.

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Siempre voy a recordar mi paso por Dubrovnik. No aprendí mucho sobre su historia o sobre las cosas que hay para ver y hacer en la ciudad, pero me gané un amigo y unos recuerdos hermosos que mi mamá se encargó de dejar plasmado en mi scrapbook (¿ya les dije que es una genia, no?).

En esta foto Esteban me está mostrando una canción en portugués que me encantó y mi mamá me la pone en youtube de vez en cuando. Se las comparto. ¡No me digan que no es hermosa!
Se llama «Así me siento sin vos» y es de Adriana Calcanhotto (¿Será que Esteban extrañaba a la tenia de su novia?)

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