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El Valle de Calamuchita (o recuerdos de las vacaciones en la infancia)

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–¿A dónde quieren ir hoy? –nos preguntaba mi papá durante el desayuno, casi todas las mañanas en la casita de Rumipal.

La casita de Villa Rumipal era de una de mis tías abuelas, Lidia, y se encuentra sobre una lomada, en las afueras del pueblo.

–¡A Villa General Belgrano! –decía Agostina, mientras jugaba con Mariano.

–¡A Santa Rosa! –preferíamos Araceli y yo.

Nunca supe bien quién decidía dónde íbamos cada día, pero las opciones eran variadas y todas estaban muy cerca unas de otras. Todas en el valle de Calamuchita, en las sierras cordobesas.

Ir a Santa Rosa de Calamuchita implicaba hacer asado en la orilla del río, meternos en el agua y juntar mica. Para entretenernos a los cuatro, mi mamá nos ponía a recolectar mica. Nos calzábamos las sandalias de goma (porque descalzos nos lastimaban las piedritas y las ojotas se perdían con la corriente del río), nos mojábamos hasta la pantorrilla y pasábamos horas en el río juntando el preciado mineral. ¿Para qué? La excusa de mi mamá era que teníamos que llenar varios frascos para ponerlos de adorno en el baño de casa. Pero llenar varios frascos de mica es una tarea interminable, así que los complementábamos con piedras muy pequeñas.

 

Aunque no lo crean, mi mamá guarda uno de esos frascos en su baño (pero este es solo de mica).

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Ir a Villa General Belgrano implicaba meternos en la pileta municipal, comer algo rápido en un restaurante y disfrutar de un chocolate con torta a la tarde. Como era el día “más caro” de todos, era la visita que menos se repetía. Como mi papá no nos dejaba meternos en la pileta hasta dos horas después de comer, esas dos horas de digestión recorríamos la calle principal. En alguno de esos recorridos compramos los chop de cerveza que todavía están de adorno en la casa de mis viejos y el gorro tirolés con el que nos sacábamos muchas fotos.

Las otras opciones eran visitar el lago de Villa Rumipal, que nunca fue muy tentador comparado con las otras alternativas o ir a Villa del Dique. Además, a veces íbamos a Los Reartes y otras veces, a La Cumbrecita. Y, cuando el día no estaba muy lindo, pero no llovía, hacíamos una visita a El Torreón.

Desde que planificamos nuestro viaje a la provincia de Córdoba yo quería visitar los mismos lugares que visitaba con mi familia. Quería compartir esos recuerdos con Dino y Tahiel. Así que entre las presentaciones del proyecto educativo-mágico y de nuestro libro Magia es Viajar, nos hicimos un tiempo para revivir esos veranos en las sierras cordobesas.

Una de las primeras cosas que quería hacer era ir a Villa Rumipal, nuestro refugio del verano porteño. Allí, quería buscar la casa donde tan lindos veranos habíamos pasado en familia. Sabía que estaba en una calle de tierra a la que se ingresaba desde la ruta, justo enfrente del barrio que habían construido para los trabajadores del casino. No fue difícil encontrar esa calle. Preguntamos por el barrio y ahí estaba. Recordaba todo. Sabía que al ingresar por esa calle iba a ver la lomada y en esa lomada iba a estar la casa. Sencilla, blanca, con un hermoso jardín rodeándola. Pero lo que no sabía era que iba a estar tan abandonada. Mi tía abuela la donó a una ong y nunca más se supo nada. Una extraña sensación de tristeza me invadió el cuerpo. Había un cartel que decía “No Pasar”. Pasé igual. Había hormigas por todas partes, muchas hormigas.

En esta foto están mi tía abuela Lidia, la dueña de la casa, mi mamá y yo. En ese momento, el jardín no tenía tantos árboles como sí tuvo después.

 

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En esta foto estoy yo de más chiquita, en la pileta que me improvisaban a la entrada de la casa. 

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Hoy, la casa está así.

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Caminé un poco por alrededor de la casa, me quedé mirando la puerta y recordé muchas historias. Volví al auto y comencé a contárselas a Dino. Me sentí muy bien. Cuando uno comparte con alguien que quiere mucho recuerdos lindos del pasado, esos momentos se reviven. Dino aprovechó, el ratito que Tahiel lo dejó hablar, para contarme algunas de sus vivencias y recuerdos de Villa Carlos Paz y La Cumbrecita.

Cuando terminó el momento emotivo, nos fuimos a conocer un poco más del pueblo y su lago. El lago de Villa Rumipal no me tentaba mucho cuando era chica y la sensación fue la misma en esta visita. Es muy lindo el complejo cercano al lago para hacer picnic o asado, es muy lindo el pueblo, muy tranquilo, con muchas casas ideales para descansar, pero al lago le falta algo para enamorarme…

Con Tahiel en el lago de Villa Rumipal.

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En Santa Rosa de Calamuchita visitamos la zona del río en la que juntábamos mica y hacíamos los asados. Paseamos por la costanera, remodelada y con un anfiteatro nuevo, y nos subimos al puente colgante.

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En Villa General Belgrano no encontramos la pileta de natación a la que íbamos de chicos, pero encontré muchos de los mismos negocios y de los mismos sourvenirs! Eso sí, la calle principal es más larga, mucho más comercial, y los alrededores crecieron muchísimo.

Acá está Tahiel en el famoso cartel de la cervecería Ciervo Rojo.

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Acá está Tahiel junto al único tacho de basura «viejo» que encontramos.

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El Torreón es un complejo turístico que se ubica a unos pocos kilómetros de Villa Rumipal. Cuando lo visitamos tampoco lo encontramos igual. Cuando nosotros íbamos de chicos, solo veíamos el laberinto de ligustrina desde la torre. En cambio ahora es posible observar también un complejo de piletas y toboganes de agua. Cuando Tahiel sea más grande vamos a volver para tirarnos juntos.

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Perdidos en el laberinto.

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Recorrer en pareja o en familia el Valle de Calamuchita es una buena idea para descansar y disfrutar de las vacaciones. En este link pueden leer la mini guía que preparamos sobre el valle. Esperamos que les sea útil!

 

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