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Madrid, hogar temporario

Teníamos muchas ganas de volver a casa. Mejor dicho, a nuestro hogar. Para algunos es lo mismo, pero para nosotros suena diferente. O nos lo enseñaron diferente. Hablar de casa suena más frío, me hace acordar a las paredes, a las formas, al borde, a la caja contenedora. Hablar de hogar suena más cálido y nos trae la idea de calor, de costumbres, de interior, de contenido, de pedacitos de historias que quedaron ahí grabadas, de rituales que se pierden al estar tanto tiempo de viaje.
Queríamos volver a nuestro hogar para conectarnos con lo más cercano, con esas cosas cotidianas que extrañamos cuando estamos lejos y que queremos abandonar cuando las tenemos.

En el hogar uno suele encontrar refugio, se encuentra con lo que conoce, se re-encuentra. Por suerte, para no extrañar tanto, cuando viajamos aparecen muchos hogares momentáneos. Son esas casas ajenas que se convierten en nuestros hogares por algunos días. Donde nos reciben con una sonrisa y un abrazo cálido, donde nos sentimos cómodos y no tan extraños.

Mientras escribo estas líneas me acuerdo de la canción “Geografía”, de La Oreja de Van Gogh, cuando dice que «la patria es cualquier lugar en el que estemos tu y yo» y siento que podríamos cambiar la letra perfectamente y decir que «el hogar es ese lugar en el que estemos tú y yo». El hogar es ese lugar donde uno se reúne con sus afectos más cercanos, con sus cosas, con sus historias y, simplemente, se siente bien.

 

 

Nunca nos había pasado tener esa necesidad de volver. O, mejor dicho, nunca nos había pasado a los dos. Los que más me conocen saben que a mí siempre me agarra el bichito de la vuelta mucho más rápido que a Dino. En el primer viaje largo de 18 meses llegó un momento en que necesitaba volver. En el que las cosas que me cansaban eran más que las que me sorprendían del viaje. Porque uno también se puede cansar de viajar. Si era por Dino hubiéramos seguido. Nos hubiéramos quedado trabajando en algún lugar, hubiéramos formado un hogar temporario y, después de unos meses, hubiéramos seguido en camino.

En el viaje de tres meses al sur de África pasó algo parecido. Si bien los dos teníamos menos ganas de volver, era yo la que necesitaba un poco más de hogar que Dino.

En este viaje de seis meses por Europa con Tahiel nos pasó a los dos. Si bien yo empecé antes, Dino también comenzó a sentir ese bichito de volver, aunque más por la situación de Tahiel que por la de él.
Un día mientras estábamos en la zona de los Balcanes, uno de esos días agotadores en los que ya veníamos viendo que había muchas cosas que no estaba siendo como las habíamos pensado, nos planteamos seriamente la posibilidad de regresar antes. Porque al fin y al cabo la libertad de la que siempre hablamos implica eso de “volver porque querés y no porque tenés que volver”, porque al fin y al cabo la decisión de nuestro cambio de vida fue, justamente, para poder seguir tomando esas decisiones de estar o intentar estar donde queremos. Y en esos momentos queríamos estar en Buenos Aires.

Imágenes que pasan

A mí, además, me pasó algo que nunca me había pasado. Y un día, hace ya un mes, se lo comenté a Dino.

–Dino, me está pasando algo raro en este viaje. Hace unas semanas que cuando estoy en algún lado me aparecen imágenes de Buenos Aires en la mente. Es algo que dura un segundo. Pero no son imágenes de paisajes, son imágenes de situaciones y de personas cotidianas. ¿Te pasó alguna vez?

–Jamás –me respondió así, seco, como diciendo que a él jamás le pasaría algo así porque a él no lo gusta Buenos Aires para vivir.

Lo que me llamó la atención de esas imágenes es que eran de personas del barrio haciendo tareas que siempre hacen y que no tienen nada que ver conmigo. O sí.
Veía a Simón, el chino del super jugando con Kevin, su pequeño hijo, en la puerta de casa. Veía al mozo de Las Margaritas sirviendo café con medialunas. Veía a la pareja que atiende en el puesto de los quesos y fiambres, en la feria del barrio. Me veía paseando con el carrito y con Tahiel por Cuenca. Me veía en situaciones totalmente cotidianas que, cuando las hago allá, no quiero hacerlas más. ¿Qué loco eso, no? ¿Será que el ser humano nunca está del todo conforme? ¿O será que algunos tenemos esa necesidad de cambio permanente?

 

Sentirse de viaje

Una cosa es estar viajando, moverse de una ciudad a otra, dormir en casa de locales u hoteles, visitar museos, etcétera. Y otra es sentirse de viaje. Las últimas semanas de este viaje yo no me sentía de viaje. O, mejor dicho, me sentía a medias, me sentía por momentos. Disfrutaba menos de lo que hubiera querido el hecho de estar en lugares espectaculares. Sentía que en otras circunstancias hubiera hecho más cosas en lugares como Mostar, Split, Sarajevo o Praga.

Las imágenes que aparecían en mi mente, el cansancio generado por viajar con Tahiel en las circunstancias en que lo hacemos y el no sentirme de viaje todo el tiempo, hicieron que la idea de volver fuera cada vez más fuerte.
Y decidimos volver a Madrid, desde donde salía nuestro vuelo.
Buscamos el vuelo más barato desde la zona de los Balcanes y nos volvimos.
Pensábamos cambiar el pasaje para mediados de octubre. El que tenemos es para mediados de noviembre. Habíamos hablado con la aerolínea y el precio no era tan alto.
Yo estaba feliz.
Iba a poder estar presente en el nacimiento de Matilda/Felipe y Mateo.
Iba a poder empezar a trabajar en algunos proyectos para los que necesito que Tahiel esté un tiempo con los abuelos, tíos o maestros.
Iba a poder disfrutar ver cómo Tahiel se abusa de sus abuelos y sus abuelos se derriten con él.
Iba a poder empezar a planificar mejor el próximo viaje.
Iba a poder retomar las rondas de mates con las «mamitas hermosas».
Pero un llamado telefónico me bajó todas las esperanzas. El cambio de pasaje resultó ser más caro de lo que nos habían dicho. Era imposible pagarlo. Nos salía más barato alquilar algo temporario en Madrid, que Dino trabaje de mago en los restaurantes y que Tahiel se empiece a formar una rutina de horarios, comidas y juegos, que pagar el cambio de pasaje. Los vuelos tienen varias tarifas. Nosotros habíamos comprado la tarifa más barata de ese vuelo y las únicas que quedaban para cambiar eran las más caras. Imposible hacerlo.
Así que acá estamos, en Madrid, en un hogar temporario y tratando de acomodarnos.
A todo hay que buscarle el lado positivo. Así que a partir de la semana que viene nos pondremos más al día con el blog y saldremos a recorrer y conocer Madrid de otra manera. Ya tengo mi lista con cafés para nuestra sección ¿Tomamos un café? (que también quedó algo abandonada) y mi lista de librerías y papeleras para deleitarme un poco y hacerme algún regalito.

granvia

Tuvimos la enorme ayuda de nuestros amigos y blogueros de viaje de la ciudad que se movieron para encontrarnos un lugar, que estuvieron atentos a nuestra situación, que nos alojaron en sus casas unos días, que nos fueron a buscar al aeropuerto, que nos invitaron a sus casas, que nos ayudaron a mudarnos de un lugar a otro, que nos contuvieron y animaron como si todos formaran un hogar sin paredes.
Como siempre decimos, sin la ayuda de las personas no podríamos hacer ni la mitad de las cosas que hacemos.
Gracias a Víctor, a Pablo, a Flor, a Marta y Pablo, a Samanta, a Patricia, a Ana, a Javier y a todos los que nos dieron una mano.

¡GRACIAS!
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