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Discépolo tenía razón…

Se acerca el final de esta primera etapa. Hemos recorrido. Sí, hemos recorrido. Mucho. Hemos visto. Sí, hemos visto. Mucho. Nos sensibilizamos, nos endurecimos. Nos divertimos, nos aburrimos. Nos alegramos, nos entristecimos. Pero por sobre todo, hemos sentido.

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Chiquitos corriendo a 20 centímetros de la ruta en Laos, tan cerca del peligro que ya no lo ven, ya es lo natural. Casitas muy precarias a orillas del mar en Sri Lanka a sólo 6 años de haber padecido un tsunami que terminó con la vida de miles en las mismas condiciones. Teoría social del riesgo, me explicaba Aldana.

Moverse en bicicleta por las ciudades de Holanda como protagonizando un cuento; tomarse un bus nocturno en Vietnam y no dormir ni un minuto; recorrer Angkor Wat en bicicleta como quien viaja en el tiempo; esperar que una vaca se corra para avanzar en un auto, en India; colgarse de un paracaídas, en Lankawi; subir al tren en Rusia y compartir mil horas con quienes charlar era imposible pero comunicarse era muy fácil; viajar por rutas alemanas a 220 Km x hora porque no hay límites de velocidad; ver a unos niños muy pobres entrar al estacionamiento de un Shopping sobre un carro tirado por un búfalo, en Nueva Delhi; viajar 20 cuadras en rickshaw en India pensando todo el tiempo si hacemos bien o mal y bajándonos a empujar en cuanto la pendiente del camino aumentaba.

Dormir en un ger con carne colgada del techo, en Mongolia, y en un departamento de alto lujo en Kuala Lumpur. Pretender que nos cambien las sábanas húmedas y sucias en un hostal en Kandy y arrepentirme al ver a la dueña del lugar durmiendo en el piso de la cocina tapada con un trapo.
Comer con la mano, con los palitos, con cubiertos de plata, sentados en el piso, en butacas pequeñas o parados en la calle. Tomar la cerveza más barata del mundo en Hanoi y una de las más caras en Berlín, mientras España sacaba del mundial a Alemania. Que te inviten a comer carne de oveja, recién muerta y descuartizada delante de tus ojos, en la estepa mongola, y que te lleven a un restaurante de lujo en Chengdú.

Cubrirnos la boca y llegar con la ropa negra del smog en Hanoi y respirar el aire más puro en la isla Olkhon, Rusia, o en Nong Khiaw, Laos. Escuchar el más bello de los saludos de boca de una nena laosiana y grabar un surco en mi cerebro con la risa de un niño venezolano cuando se produce un efecto mágico. Recibir dinero de un chino atónito y feliz en un show y ver a una mujer en Colombia persignarse cuando me ve porque cree que tengo poderes sobrenaturales. Hacer magia para los médicos de un neuropsiquiátrico en Estambul y para los chiquitos internados en el Cardioinfantil de Bogotá. Retorcerme de los nervios antes de mi primer show de magia en inglés y retorcerme del orgullo ante la misma situación un año más tarde.

Sacarle una foto a unas chicas musulmanas bañándose vestidas en el mar, en Malasia, y aceptar que nos saquen fotos a nosotros en Datong, China.
Sentir que las fuerzas te abandonan subiendo el Adam’s Peak y recuperarlas al ver personas de 80 años haciendo lo mismo.
Perderte de noche en un pueblito de Rusia y que te ayude una persona de Azerbaijan, que permanece ilegal porque sus ex ocupantes ya no lo reconocen, y reencontrarte con amigos del camino en otros caminos.

Conocer más a fondo la vida de Ana Frank y la vida de las mujeres del mundo que trabajan solas y muy duro para sostener a sus familias.
Entristecerme hasta llorar en Auschwitz y reir hasta llorar en situaciones del todo opuestas. Indignarme en museos como el del S21, en Camboya, y disfrutar del arte en museos como el Hermitage.

Escuchar las historias de un japonés que nos aloja en Singapur y las de un camionero que nos lleva 1000 Km por las rutas de Perú. Comer Talhi en India, Pad thai en Tailandia, Ceviche en Perú, Pilmenis en Rusia o Dumplings en China.

El mundo está ahí para llenarte la cara de gestos y el cerebro de marcas…

Discépolo tenía razón… la biblia junto al calefón.

Así, terminaba la primera gran etapa de Magia en el Camino. Luego, vinieron muchas cosas que nunca hubiéramos soñado y que nunca hubieran sucedido sino tomábamos esa pequeña-gran decisión de dar el primer paso en 2009. Vinieron tres meses de viaje por África; un libro «Magia es Viajar«, que escribimos, editamos y publicamos nosotros con mucho esfuerzo y dedicación; una charla TEDx; un hijo con el que viajamos siete meses por Europa; muchas presentaciones del proyecto social en la Argentina; nuevas experiencias y desafíos de viajar en familia, etcétera. Uno nunca sabe a dónde lo van a llevar los pasos, pero lo importante es caminar.

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¿Ya conocés nuestro libro de viajes? Se llama «Magia es Viajar» y cuenta nuestras vivencias por Asia, África, América y Europa. Es una producción independiente y con tu compra nos ayudás a seguir con todo lo que implica Magia en el Camino. Para sumarte hacé click aquí.

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