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Miopía de futuro

Mi marido toma viagra. (Silencio en la sala y algunas risas)

¡Y te imaginás que no lo toma para estar conmigo! (Continúa el silencio y algunas risas)

El problema no es eso, las cosas no están bien en casa. El problema es que siento que perdí mucho tiempo de mi vida. Que dejé todo y que ahora no puedo decidir nada.

Así empieza la charla de cinco minutos de Gabriela Terminielli, en el evento de El mundo de las ideas al que tuve la suerte de poder asistir durante unas horas (y hace unos meses).

Andrea, el nombre de la paciente, tenía un buen trabajo hasta que fue mamá. Cuando nació su hijo, con su marido hicieron cuentas y le verdad era que si ella iba a trabajar terminaban gastando lo mismo que lo que iba a ganar. Había que pagar un jardín por medio día, unas horas de alguien que cuide a su bebé por la tarde, más los viáticos, más los almuerzos… era lo mismo. Los dos, en ese momento, decidieron que lo mejor era que ella se quedara en casa y que con el sueldo de él la cosa iba a estar bien. No se iban a poder dar grandes lujos, pero iba a estar bien. Los años pasaron, el bebé creció y ella empezó a sentir que había dejado muchas cosas de lado.

La psicóloga le dio el nombre «formal» de lo que le había sucedido: MIOPÍA DE FUTURO.

Y terminó la sesión.

Cuando Gabriela revisó sus apuntes se dio cuenta de que en muchas otras sesiones había anotado lo mismo.

Esa decisión, la de Andrea y su marido, se tomó pensado solo en el presente, sin tener en cuenta el futuro, sobre todo el futuro de ella, como persona, como mujer.

Arrepentimiento, frustraciones, dependencia económica. Temas que todos los días Gabriela escucha en su consultorio.

Al poco tiempo conoció a otra paciente, María. Con una carrera profesional muy buena y un buen puesto en su trabajo. También fue mamá. Y llegó el momento en que tenía que volver a trabajar, pero no era la misma situación que en el caso anterior. Ella necesitaba volver por lo económico, pero no quería porque no se podía separar de su bebé. No podía. Le había costado tanto tenerlo (más de 10 años), que no quería separarse. A pesar de la paciente anterior y de todas las pacientes que había tenido (incluso a pesar de María en un futuro no muy lejano) Gabriela sintió que se le habían agotado las palabras y que surgía así la eterna paradoja entre vivir el presente y no hipotecar el futuro.

Eso es lo que a mí me quedó de la charla. No hipotecar el futuro. No es lo mismo vivir el presente sin pensar en el futuro, que vivir el presente tratando de no hipotecar el futuro. Por lo menos eso es lo que entiendo ahora. Es decir, se pueden hacer ciertas cosas, tomar ciertas decisiones que no nos comprometan el disfrute del presente y, al mismo tiempo, nos ayuden a no hipotecar el futuro.
La idea que muchos perseguimos sobre disfrutar el presente sin pensar tanto en el futuro es porque uno puede no tener futuro, porque uno no sabe cómo será ese futuro, porque uno se puede morir mañana y todos los problemas que tuviste en el presente por ese futuro incierto no tienen sentido. Pero después de escuchar esta charla y, sobre todo, después de ser mamá, creo que uno puede seguir disfrutando el presente sin pensar tanto en el futuro (porque no sabemos si existirá), pero puede tomar ciertas decisiones que no perjudiquen el disfrute del presente y que ayuden a evitar esa miopía de futuro (por si llega a existir).

¿Por qué agrego lo de ser mamá?

Porque en nuestra vida a.T (antes de Tahiel) realmente casi no teníamos una preocupación por el futuro. Solo a veces, cuando los demás insistían mucho sobre el tema nos surgía un… ¿no tendrán algo de razón? Pero en seguida decíamos que no y seguíamos con nuestro presente.
Pero en nuestra vida d.T (después de Tahiel) todo cobró otra dimensión. Simplemente porque ya no somos dos, ya no decidimos solo por nosotros, sino que ahora está él y todo lo que queremos para él es su bien y su felicidad. Pero entonces te preguntas ¿qué es lo que está bien para él? ¿cuál es su felicidad? ¿Es feliz en el jardín con sus amiguitos? ¿Es feliz con los abuelos, primos y tíos? ¿Es feliz cuando viaja con nosotros? ¿Es feliz en su cuarto con sus pequeñas cosas? ¿Es feliz de campamento? ¿Es feliz en la plaza del barrio y cuando va a juagar a la casa de sus amigos? ¿Es feliz al estar casi todo el día con nosotros? ¿Es feliz haciendo todas estas cosas? ¿Por qué los padres solemos suponer qué es lo que a ellos los hace felices o les hace bien? ¿Cómo lo sabemos? ¿No lo sabemos? La respuesta a estas preguntas creo (ya no afirmo nada, solo creo) que la encontré en ese cartel que decía: “Hay dos regalos que debemos darle a los niños: raíces y alas”.
Y digo «creo», además, porque ahora Tahiel opina, habla, expresa sus sentimientos y en esas  lindas conversaciones que ya podemos mantener por pocos minutos me dice «mamá extraño esto o aquello», «mamá, quiero ir a jugar con tal», «mamá, no me quiero mudar de casa», «mamá, quiero llevarme todos mis juguetes y libros», «mamá, quiero ir a las escuelitas rurales». Y cada vez que me dice algo por el estilo, me invade un remolino de sensaciones cruzadas, cierro los ojos, lo abrazo fuerte y le digo te amo.

Pero una de las dudas que más nos preocupa en estos momentos (que no nos pasaba hace un tiempo porque Tahiel todavía era un bebé) es el tema de la educación (en un sentido amplio). Y es un tema que, suponíamos, teníamos totalmente claro y decidido (como suele pasar con todos los aspectos de la vida antes de ser padres y que se derriban a una velocidad alarmante cuando los pequeños ya forman parte de nuestra vida).
Son tantas y tan amplias las preguntas y preocupaciones que no podría escribirlas en este post y prefiero dejarlo para uno próximo. Pero sí son cuestiones que nos llevan a replantearnos esa miopía de futuro con la que tan cómodos vivíamos.

No sabemos muy bien hacia dónde nos lleva el camino que elegimos, pero sentimos que es por el que queremos seguir apostando. Un camino lleno de dudas e incertidumbres en el que intentamos hacer lo que podemos dentro de lo que queremos y darle un nuevo giro a nuestros pensamientos para tratar de disminuir un poco esa miopía de futuro. Por eso, las decisiones que estamos tomamos ahora (o que estaríamos por tomar en un tiempo) son un poco más pensadas que antes y tienen algunos objetivos a más largo plazo que lo incluyen a Tahiel en su futuro, porque ahora no es solo nuestro, ahora también es suyo. Aunque tampoco sabemos, claro, si estaríamos haciendo bien.

Como en casi todos los aspectos de la vida creo que lo mejor es lograr un equilibrio (y como siempre es lo más difícil) entre el disfrute del presente y las decisiones que nos eviten esa miopía de futuro. Esto no quiere decir no disfrutar el presente. Al contrario.

 

Pueden escuchar la charla completa (dura 4 minutos) en

 

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