Veo Veo #10: «algo pequeño», que cumplió tres meses
Son las tres de la mañana del 17 de marzo. Estoy frente a la computadora mientras Tahiel está en su carrito, al lado mío. Se está comiendo las dos manos. No es que se mete la mano en la boca, sino que intenta comérsela. Como no puede, protesta. A veces con un gritito agudo que cala en mis oídos y me desespera. Lo miro de reojo. Me sonríe. Se mata de risa. Me derrite. Sigue protestando con las manos en la boca. Es que no entiende que no entran. No tiene hambre. Pero… ¿qué hacemos los dos despiertos a esta hora? En su muy precaria rutina esta es la hora en que se despierta por primera vez. Pero hoy todavía no se durmió. “Está pasado”, como diría cualquier abuela. Lo vuelvo a mirar de reojo. Se vuelve a reir. Ayer cumplió tres meses. (Esta parte fue escrita el 17 de marzo, a las tres de las mañana, luego de leer los lindos mensajes que me dejaron en el grupo del veo veo en Facebook animándome a escribir sobre “algo pequeño” y que ese algo pequeño sea Tahiel. Gracias, chicos!). Continúa...
Veo veo #9: una montaña (con una frase que quedó para siempre)
Año 1992. Con mochila en la espalda salió a la ruta para hacer dedo hacia el sur. Siempre iba al sur. Era la tercera de
Veo Veo #8: un libro mágico
En la vida, como en un libro, hay diferentes ciclos. En los libros los llamamos capítulos o secciones. En la vida los conocemos como etapas. ¿Cuántas veces escuchamos frases como “disfrutá cada etapa” o “cada etapa de la vida tiene sus cosas buenas y malas”? En los libros pasa lo mismo. Como los ciclos, como los capítulos, como las etapas, los momentos se van sucediendo y estamos convencidos de que todo pasa por algo. Que si algo no nos sale en un primer momento, por algo es. No debemos perder las fuerzas ni las esperanzas y debemos intentarlo otra vez. Si sale, tenía que salir. Sino, no era para nosotros. A veces cuesta entenderlo. Pero con el tiempo, nos damos cuenta del por qué fue así. Lo mismo ocurre con las personas que nos cruzamos en el camino, con las amistades que se forjan o que desaparecen y con los proyectos. *** Una tarde-noche, mientras estábamos en la casa de una familia en Mérida, Venezuela, justo antes de seguir camino a dedo hacia Colombia, Marco Antonio, el papá de la familia tuvo con nosotros una interesante conversación. Nos dijo que el hombre tiene cinco edades:
Veo Veo #5: una taza de té que nunca fueron tres…
- ¿Hablan español?, escuchamos que una voz femenina y dulce nos preguntaba desde atrás. Nos dimos vuelta y le respondimos: Sí - ¿Españoles? - No, argentinos. Y los ojos de Boruscha se abrieron como cuando los chicos disfrutan de la magia. Es que Boruscha está acostumbrada a la visita de muchos españoles en su ciudad natal marroquí: Essaouira. Con su pelo teñido de una especie de rojo, su velo amarillo y su vestimenta tradicional inició una conversación que duraría casi cuatro horas. Al principio, debo confesar, no queríamos saber nada con ella. Es que en Marruecos, al igual que en otros países del mundo, muchos viven de acercarse de esta manera a los viajeros. Todo comienza con una sonrisa, una conversación agradable y termina en el ofrecimiento de un hotel, una excursión o en la invitación a pasar por un comercio de alfombras o especias. Pero esta vez fue distinto. O, mejor dicho, creo que terminó de manera diferente a lo que hubiera querido Boruscha.
Veo Veo #4: un mapa que no sirvió (incluye escenas de “secuestro” en la Rusia siberiana)
Un hombre de unos 35 años, con campera de cuero negro y camisa abierta en el pecho frenó a una camioneta tipo traffic y nos invitó a subir. “Es mi amigo”, pareció decirnos con los gestos ante la sorpresa explícita de nuestros rostros. “Como si lo conociéramos a él de toda la vida y pudiéramos confiar en sus amigos”, pensé ante su gesto. Pero no era el caso, acabábamos de conocerlo hacía quince minutos cuando nos habíamos bajado de la ruta transiberiana en Slyudyanka a las doce de la noche, cinco horas más tarde de lo que teníamos previsto llegar. Parados en el andén, no sabíamos para dónde ir. Teníamos un mapa, pero un mapa que dice que es difícil encontrar el lugar de día no es un mapa que te brinde mucha confianza. Menos cuando lo estás intentando usar de noche. Una de las pocas indicaciones que se entendía al leerlo era que debíamos cruzar el puente que atravesaba las vías y pasar del otro lado. Como el malón de gente que se había bajado del tren lo había hecho, nosotros los seguimos. Cruzamos el puente, atravesamos una zona oscura y descampada hasta que llegamos a una especie de avenida. En ese mismo instante y sin entender cómo, todas las personas parecieron esfumarse. Nos miramos a los ojos y pensamos al mismo tiempo: ¿ahora qué hacemos? Ahí fue donde apareció el hombre de la campera de cuero negro. Le dimos el mapa, lo miró, lo giró, lo volvió a mirar… y nada. Ahí fue donde apareció la camioneta. Este es el mapa en cuestión...
Veo Veo #3: La «calle del turrón»: una calle para perderse
¿Alguna vez pensaron que podía existir una calle solo para perderse? Bueno, no sé si estuvo pensada para eso, pero es la sensación que tuvimos. Como muchos de ustedes saben, los viajes también implican eso: perderse. Creo que es una de las maneras más lindas de viajar: elegir ciertos momentos, dejarse llevar y, de repente, no saber dónde estás. Cuando estamos de viaje (y a veces hasta en nuestra ciudad) nos gusta repetir y llevar a la práctica la frase “Si caminás, pasan cosas”. Cuando tenemos la posibilidad de caminar y perdernos, siempre encontramos una puerta abierta que nos invita a pasar, un aroma a té caliente que nos ofrece sentarnos, y una persona con una historia esperando ser contada. Cuando tenemos la posibilidad de caminar, siempre encontramos detalles que nos hacen imaginar un todo, siempre descubrimos rincones que no aparecen en los mapas y siempre nos perdemos. Así fue como llegamos a la "calle del turrón". Porque nos perdimos.