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Colores, saltos, cantos, bombos y platillos (o la alegría de una murga)

Durante todas las noches de los fines de semana de febrero, varios Rincones de Buenos Aires se visten con banderines de colores, cierran el tránsito para los automóviles y abren paso a la fiesta de carnaval.

 

Siempre me gustaron las murgas. Los colores, los bailes, los saltos, los bombos y platillos, la música… siempre me llegaron de una manera especial cada verano de carnaval en Buenos Aires. Pero este año me di cuenta de que lo que más me gusta de las murgas es la PASIÓN que los murgueros le ponen a cada presentación.

Me recuerda a la pasión de los hinchas de fútbol (dije “hinchas de fútbol”) cuando van en grupo a ver a su equipo, me recuerda a la pasión de los grupos scouts cuando regresan al barrio después de un campamento de 15 días… ¿será que en los tres casos se escucha el sonido de los bombos, los platillos y las palmas de las manos golpeando contra el techo de un micro o un auto? ¿Será que en los tres casos la identificación con los colores o con un barrio es muy fuerte? ¿Será que en los tres casos se cantan las mismas canciones pero con otras letras?

Mientras escuchaba los bombos y las canciones que los integrantes de la murga Los desakatados entonaban en el micro, camino a la presentación en el barrio porteño de Villa Crespo,  no pude dejar de emocionarme. Me recordaba a mi misma en esa misma situación, pero en otros micros o autos, con otros colores y en otras circunstancias, aunque con algo en común: la pasión. Sentí que cada uno de los chicos que estaba allí estaba porque quería estar, porque lo disfrutaba, porque le apasionaba. Y eso es lo lindo del carnaval.

 

 

La cita era a las 19 en la plaza de Rodriguez Peña y Marcelo T. de Alvear, frente al palacio Pizzurro. Allí, poco a poco, fueron llegando los integrantes de esta murga que hace 17 años le pone color y ritmo a los carnavales porteños.
Al principio, cuando los mirábamos desde un banco cercano para ver si eran ellos, no podíamos distinguirlos de un grupo de amigos que se juntan en el banco de una plaza como previa a una salida “formal”. Pero a los pocos minutos, cuando empezaron a asomar las pinturas y pinceles y las caras pálidas comenzaron a tomar colores no tuvimos dudas: eran Los Desakatados.
Entre mates y pinturas las caras iban cambiando su aspecto y la ropa del fin de semana le iba dando paso a las levitas, pantalones y polleras violetas y amarillos. 

Maquillaje en la plaza antes de subir al micro, aunque los que no terminaron continuaban con la tarea en el micro.

 

Mientras el micro avanzaba por las calles de Buenos Aires con destino a Villa Crespo, en el interior del micro ya había empezado la fiesta. 

Los micros llegaron a la esquina indicada, los chicos y las chicas se colocaron sus levitas, guantes y sombreros y salieron a la calle: el lugar donde la murga mejor se siente.
La tradición de la levita proviene de la vestimenta que se usaban en los carnavales del siglo XIX. En ese momento, la población de origen africano usaba la ropa vieja que les daban sus patrones y la deformaban con fines burlescos para los desfiles de carnaval. Además, le ponían parches de colores para tapar los agujeros. En la actualidad, esos parches suelen representar equipos de fútbol, grupos musicales o personajes famosos.

Mientras los más chicos se ordenaban detrás del estandarte, los más grandes hacían un pre-calentamiento al costado del micro y el animador del barrio llamaba a Los Desakatados para que demuestren sus habilidades ante el público.

 

 

La murga inicia su entrada triunfante con un desfile. Las mascotas (los más chiquitos) llevan la delantera, luego le siguen las murgueras y, por último, los murgueros, muchos de ellos encargados también de los bombos y platillos. Al final o distribuidos en el desfile aparecen las llamadas fantasías: banderas, sombrillas, dados y disfraces, que le dan más color a la murga e identifican algunos de sus pensamientos.

Cada salto, cada patada, cada encuentro de los platillos es una fiesta, es energía, es color, es alegría… es carnaval.

 

 

 

Mientras sigue el baile, algunos integrantes de la murga suben al escenario para entonar las canciones. La primera, de presentación; la segunda de crítica social y la tercera, de despedida.  Otra vez siento pasión en lo que los chicos dicen a través de esas canciones, otra vez siento que llevan el carnaval en la sangre. Miro a mi alrededor: la gente les presta atención, se ríe con lo que escucha, asiente con la cabeza, aplaude, se engancha, disfruta. ¡Qué lindo sería si los vecinos siempre pudieran tener esa sonrisa y ese ritmo de carnaval en el cuerpo!

 

Al final, cuando la murga se iba despidiendo, una lluvia torrencial cayó sobre Villa Crespo. Pero la lluvia no impidió que los bombos, los platillos, los silbatos y el baile continuaran hasta que cada uno de los integrantes llegara al micro que los llevaría de nuevo a la plaza donde todo había comenzado unas horas antes.

Gracias, Desakatados, por esta noche colorida y llena de magia!

 

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