Cruzada de autos clásicos en Buenos Aires
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“Es un Rat Rod”, me dijo Anselmo. Voy a ser sincero, imaginaba que íbamos a movernos en un clásico de esos que brillan, que relucen, que atraen miradas. No sabía de este hobbie. Mi gesto era una pregunta en sí misma, pero decidí agregar algo y dije. “Rat, ¿rata en inglés?”. Sí, me dijo Gabriela, su pareja. «se llama Jack por Jack el destripador y por Jack el de la película Jack & Sally», me comentaron.
No sé por qué pero el nombre le quedaba bien. Me subí y arrancamos rumbo a la gran cruzada nocturna de autos clásicos.
Después de lo que vi, de lo que me contaron y de lo que leí, para mí un Rat Rod es un auto (o fue un auto), que a la vista de cualquiera es chatarra. Está más cerca del desguace que de volver a surcar los caminos. Pero hay quienes juegan a ser cirujanos hacedores de milagros. Es la resurrección de los dinosaurios de metal. Los vuelven a la vida con lo que tienen, o con lo que pueden, simplemente para que funcionen. Nada más. Nunca más serán estéticos, pero difícilmente dejen de a pie a sus amos. Serán siempre fieles a su doctor Fankenstein.
“Este Falcon Futura es modelo 71. Acá en el techo había un agujero, lo cerramos con chapa, remaches y brea, ni una gota de agua cuando llueve. El tapizado del techo es arpillera”, me decía orgullosa Gaby. “Estuvo 6 años parado debajo de un árbol, algún día vamos a laquearlo para que el óxido quede así, intacto”.
Llegamos finalmente a Macacha Güemes y Costanera Sur, rápido y respirando olor a nafta en cada acelerada. Me esperaba César con su Chevy “La Maga”, para ir de copiloto en la cruzada nocturna de autos clásicos por la Ciudad de Buenos Aires, convocada por él y por su blog, La noche de la Chevy (en el que escribe cuentos). Abrí la puerta de Jack y, literalmente, me quedé con la manija en la mano. Miré a Anselmo, arrepentido, pidiendo disculpas y mostrando la prueba del delito, sin ánimo de ocultar mi culpabilidad. Me dijo que no me preocupara, que ya estaba suelta. Claro, si era un Rat Rod, pensé y me bajé de Jack.
Con las ganas de protagonizar alguno de sus cuentos, caminé buscando a César entre, creo yo, 150 y 200 Chevys, Torinos, Dodges, Falcons, Fairlanes, Chevrolet 400 y muchas marcas y modelos que hoy son de culto, pero que ayer eran los dueños de las calles y las rutas. Nada de plásticos, como dicen sus jinetes. Me acordé de las “láminas” de la película Cars 2 y no pude evitar reírme. Claro que había Rat Rods, pero también autos de los años 60 o 70 tan impecables o aún en mejor estado, que el mismísimo día que abandonaron sus fábricas para tejer sus propias historias.
A la gente la percibía ansiosa, con ganas de arrancar, sin embargo cada cara dibujaba una sonrisa. No importaba esperar, mientras sea ahí. Estaban en su lugar en el mundo, junto a sus clásicos. Pasé muy cerca de varios grupitos de fierreros en mi recorrida y lo único que escuchaba era conversaciones que giraban sobre modelos, cilindros y caballos de fuerza. Muchos ya se conocían entre ellos, pero con un interés tan en común, no les llevaba nada de tiempo entablar conversaciones con “extraños”. La camaradería se respiraba en el aire, sin rivalidades. Los une la pasión.
Pasión: Apetito de algo o afición vehemente a ello, dice la RAE.
Encontré a “La Maga” antes que a César. No fue difícil. Esa Chevy debe ser la más famosa de la Argentina. Negra mate, con una toma de aire cromada que sobresale del capot y una calavera blanca que lo adorna. Es, simplemente, sinónimo de poder sobre cuatro ruedas. “Alto caño” le gritarían más tarde desde una combi durante la caravana.
Un rato después César convocó a la multitud para dar las últimas indicaciones. Agradeció la respuesta de los fieles, explicó el recorrido y pidió que no quemen cauchos o hagan demasiado bardo (lío, ruido) para no tener problemas con la ley. Mintió, simplemente debía decir eso pero pensaba lo contrario. Dijo lo políticamente correcto. De eso me di cuenta más tarde cuando con cada rugir de esos motores por la ciudad se le empañaban los ojos, movía una mano, fruncía la nariz y se señalaba repetidamente la oreja como diciéndome: «escuchá». Imaginé la misma actitud en cada conductor. Emoción es lo que sienten estos jinetes cabalgando sus corceles de metal, como los llama César en sus cuentos. Yo me sentía visitante pero a la vez muy permeable a percibir lo que los sentidos de César exclamaban. Lo podría relacionar con la pasión que yo siento por mi equipo de fútbol, River Plate. No vale la pena tratar de explicar, no se puede, sólo vale sentir y eso es lo que le pasaba a César.
La cruzada fue un éxito. La lluvia amenazó varias veces, pero respetuosa, se contuvo. La gente acompañó desde las veredas con sus celulares a full. Los conductores de los autos de la actualidad se deshacían en comentarios en cada semáforo. La convocatoria fue tan aceptada que la cantidad de clásicos superó lo previsible y la caravana varias veces se dispersó. Nos detuvimos para reagruparnos, cual soldados, a la vera del camino más de una vez. Allí las fotos y los comentarios de los ocasionales transeúntes se multiplicaban. Otra vez los espíritus guerreros de los cuentos de César volvieron a tomar las calles. El rugir de esos motores es un grito de rebeldía y libertad que se niega a desparecer.
Parte de lo que les cuento está reflejado en este video. Espero que lo disfruten. Muchas gracias por permitirme compartir este momento.
(Disculpas a los que hablaron para el video, pero al final no pudimos incluirlos porque el viento que se filtraba en el sonido era mucho y no se podía arreglar).
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