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Luxemburgo (o cuando los niños perciben todo)

Objetivo:

Huir del calor insoportable del sur de Europa.

Llegamos a Luxemburgo de paso. Estábamos en el norte de Italia, el viaje con Tahiel se estaba haciendo más cansador de lo que esperábamos y el calor sofocante no ayudaba. Como teníamos la idea de visitar amigos en nuestra querida Den Haag (Holanda) y en Bruselas, pensamos en cambiar el orden del recorrido. Imaginamos que el tiempo allí sería más benigno para nosotros.

Modo de operación:

En nuestra vida a.T (antes de Tahiel) hubiéramos hecho el tramo de un solo tirón. Nos hubiéramos aguantado las horas interminables en el tren o las esperas en las estaciones.
Pero en nuestra vida d.T (después de Tahiel) eso era impensado. Debíamos dividir el recorrido en tramos. En el camino entre Cinque Terre y Bruselas aparecían en el mapa Génova, Zúrich y Luxemburgo. ¿Por qué no parar dos o tres días en cada lugar y, de paso, dar una vuelta para tener un primer contacto con estos lugares? Parecía una buena idea.
Resultado:

La buena idea quedó confirmada y refutada al mismo tiempo. En parte fue una buena idea, porque los tramos de los viajes en tren no fueron tan largos y Tahiel los aguantó sin problema (y con una enorme paciencia y proactividad de nuestra parte, claro).
Pero en parte no lo fue, porque nos encontramos con dos ciudades (Zúrich y Luxemburgo) con las que no pudimos congeniar. Estuve a punto de escribir que eran ciudades “frías” o “vacías” (sobre todo Luxemburgo) o que parecían “de plástico”, pero no me animé a esgrimir semejantes declaraciones cuando solo las recorrimos dos o tres días. Sin embargo, sí puedo asegurar que no congeniamos. Al fin y al cabo, en geografía urbana siempre me recordaban que las ciudades son un poco como las personas: es imposible que te gusten todas, es imposible sentirte bien con todas y es imposible congeniar con todas.
Creo que con Luxemburgo y Zúrich pasó eso: no congeniamos.

Si quisiera enumerar en una lista las causas del desencuentro podría poner los precios elevados (muy elevados), la obsesión por cobrarte por todo (desde el wifi en un café hasta 4 euros para ir al baño), la poca presencia de espacios urbanos verdes para que Tahiel pudiera entretenerse, el poco conocimiento nuestro de la historia del lugar (si uno llega a una ciudad con el interés de conocer algo en particular, suele verla con otros ojos) y así podría continuar.
Pero en realidad, lo que pasó en el caso de Luxemburgo fue otra cosa. Se comprobó, una vez más, que a los lugares los hace la gente y las experiencias que tenemos en ellos. Y nuestra experiencia con quienes nos alojaron no fue del todo buena.

 

 

***

«Micas no está, pero pasen, suban», nos dice un hombre de unos 60 años que, supusimos, era el papá de Micas.

Subimos al departamento. Nos invadió un olor a cigarrillo rancio, fuerte, como impregnado en el ambiente. Nos sentamos en los sillones mientras intentábamos que Tahiel toque la menor cantidad de adornos posibles y le preguntamos al señor si era el papá de Micas y si sabía cuándo iba a llegar.

«Soy amigo de la casa. Micas no está».

Sí, sabemos que no está (pensamos), pero cuándo llega (le preguntamos). Nuestra inocente suposición era que estaba en el trabajo o en la casa de un amigo o en una clase de guitarra, porque había aceptado nuestra solicitud de couchsurfing con mucho entusiasmo.

«No, no está en la ciudad».

Nuestras caras debieron desfigurarse porque en seguida nos dijo:

«Quédense tranquilos, que en unos minutos llega la mamá».

Nos miramos sin hablar y los dos pensamos lo mismo: ¿Qué mierda hacemos acá?

Como solemos hacer en estos casos, dejamos que las cosa se acomoden solas.

Pasaron los minutos, Tahiel seguía intentando tocar todos los adornos de la sala y saltar en el sillón ante nuestra insistente negativa. Durante esa lucha desigual que llevamos los padres contra los niños en esas situaciones aparecieron en escena el perro y el gato. Tahiel empezó a llevarse mal con el perro. Entre los niños y los animales hay algo personal. A veces se llevan bien y, otras, mal. Los animales, sobre todo los perros, pueden ver a los niños como una amenaza a su territorio y eso es lo que pasó en ese caso. Además, Dino empezó a estornudar. Bingo: alergia al gato.

(Aclaración: En el perfil de couch de Micas decía que no había mascotas y que no fumaba).

Creo que a los dos se nos pasó por la cabeza irnos, pero realmente no podíamos pagar alojamiento en la ciudad, porque todo era muy caro, y teníamos el pasaje de tren para dos días después. Así que decidimos esperar.

Después de un tiempo (no sé si pasaron minutos u horas) llegó la mamá. La relación fue totalmente extraña. No encuentro otro adjetivo. La señora nos hizo pasar a la habitación de su hijo (una típica habitación de adolescente con muchos instrumentos musicales, muchas fotos en las paredes y colores más bien oscuros), nos puso un colchón en el piso para que le armemos la cama a Tahiel, nos preparó la cena y nos trató muy amablemente. Pero a veces sentíamos que era una amabilidad falsa.

¡Qué chiquito que estaba!


Mientras ella preparaba la cena quise ayudarla, pero no me dejó. Le propuse a Dino que se vaya al espacio común que había en el edificio para que Tahiel corra un poco y suba a la casa más cansado y, de paso, se liberaban un rato del gato y el perro. Cuando menos tiempo estuvieran en contacto los cuatro, más tiempo duraría la falsa armonía.

Durante la cena, ella nos contó que su hijo no iba a volver por un mes y que le había avisado que nosotros iríamos. Pero ella creía que nosotros éramos amigos de Micas, no tres argentinos desconocidos que caían de paso por la ciudad. Cuando se enteró de este pequeño detalle creo que la falsedad aumentó. Sentíamos que, por un lado, nos ofrecía insistentemente hacernos la cena y el desayuno (en el almuerzo no estábamos) aunque le dijéramos que no era necesario, pero por otro lado, nos criticaba por estar viajando con un niño pequeño, fumaba constantemente adelante nuestro aunque Dino estornudara a cada rato y Tahiel fuera, justamente, un niño pequeño como para respirar ese humo. Los momentos en los que estábamos en la casa eran realmente estresantes, había que mantener una falsa armonía que nos desgastó muchísimo. Tahiel estaba inquieto, molesto y caprichoso. No estaba como siempre. Creo que percibía lo incómodos que nos sentíamos nosotros y por eso reaccionaba de esa manera.

 

La cuadra donde nos alojamos.

 

***

Al otro día finalmente salimos de la casa para conocer algo de la ciudad. No teníamos idea de lo que íbamos a ver. Debo decir que no fue una ciudad que me sorprendió por lo lindo, es decir, había lugares lindos (o muy lindos), pero no hubo nada especial que me haya gustado más que otros lugares. No hubo nada que me haya sorprendido. Solo recuerdo con más cariño el llamado “Balcón de Europa”. Aunque creo que, gran parte de mis sensaciones, estuvieron influenciadas por cómo nos sentíamos en la casa: incómodos. Y eso, casi sin pensarlo, se trasladó a la ciudad. Es como esos días en los que nos levantamos de mal humor y todo nos parece que está mal.
Nos tomamos el bus azul que pasó, puntualmente, a la hora indicada en el cartel de la parada. Después de unos minutos llegamos al centro de la ciudad y nos decidimos a hacer lo que se hace en estas ciudades: caminar.

Primero caminamos por le centro. Era el mediodía y, por lo tanto, la hora del almuerzo en las oficinas.

 

Luxemburgo tiene la particularidad de estar asentada en dos niveles. En el alto, se encuentra el casco histórico de la ciudad, que forma parte de la zona declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Las casas están construidas en arenisca, pintadas en colores pasteles y con ventanas blancas.

 

 

 

 

 

 

En la caminata por el centro llegamos a un mirador desde donde se puede ver el Valle de la Pátrusse y uno de los famosos puentes de la ciudad, el Puente Adolphe (estaba en remodelación cuando lo visitamos). Además, nos cruzamos con la Catedral de Notre-Dame y el Palacio Ducal, donde viven los Duques de Luxemburgo. Como durante el verano los duques no están, se habilitan las visitas guiadas al palacio, pero nosotros no la hicimos. Por suerte para Tahiel, también nos cruzamos con espacios con algunos juegos para chicos. En general, son pequeños y sin verde (salvo el parque de la ciudad al que no llegamos).

 

 

 

 

El Balcón de Europa

Se conoce como el Balcón de Europa a la vista que se tiene del Grund (parte baja y más linda de la ciudad donde, dicen, hay un movido ambiente nocturno) desde el camino Chemin de la Corniche: un paseo muy bonito, con placas que indican los mejores puntos para observar el paisaje y carteles que explican qué es lo que nuestros ojos están apreciando.
Además, desde este paseo, es posible contemplar parte de las antiguas murallas de la ciudad e ingresar a las casamatas del Bock, un recorrido de unos 23 kilómetros entre galerías y túneles «militares» tallados en la roca desde el siglo XVII. Una casamata es una especie de sala donde se guardaba el material militar y se refugiaban las tropas. Nos contaron que en verano se puede unir el recorrido de las casamatas del Bock con el de las casamatas que también se construyeron en el valle de la Pátrusse.
A esa altura del día Tahiel estaba molesto, no quería caminar más y tampoco quería hacer nada de lo que le proponíamos, por lo tanto, el paseo por ese laberinto y su historia quedará para la próxima visita en la que intentaremos darle una segunda oportunidad a la ciudad.

 

Para terminar el recorrido nos fuimos hacia el barrio Kirchberg (o barrio europeo) que es el más moderno de la ciudad y donde se encuentran las instituciones de la Unión Europea, como el tribunal de justicia y el tribunal de cuentas.  Solo estuvimos unos minutos y sentímos que estábamos en un lugar desierto.

 

Luxemburgo fue para nosotros otro aprendizaje en este nuevo camino de crecer como familia viajera. Fue entender que no siempre podemos hacer lo que queremos. Fue aprender a que tenemos que respetar más los tiempos de Tahiel e intercalar sus actividades preferidas con las nuestras. Fue corroborar que los lugares los hacen las personas y las experiencias que vivimos con ellas, y que los chicos perciben y manifiestan todo, incluso el humor de los padres.

Esta foto final resume un poco cómo estábamos a la tarde de ese día de paseo. 

 

 

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