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Créase o no. Nuestra experiencia en el Museo de Ripley de Nueva York

¿Quién de chico no vio Créase o no, de Ripley?
¿Quién de grande no lo recuerda?
Mi entusiasmo por llevar a Tahiel al museo de Ripley de Nueva York lo sentía más por volver a mostrarle cosas que vi en mi infancia, que por la propia muestra.
Además de haber visto de chico muchísimos capítulos de la serie, también visité uno de estos museos en la ciudad de Orlando, en 1993, por lo que sabía perfectamente con lo que me iba a encontrar.
– «Tahiel, vamos a ver una oveja de 2 cabezas, las uñas más largas del mundo, cabezas reducidas por una tribu de Jíbaros (tema aparte la exposición), etcétera. Vamos a poder ver y tocar algunas cosas. Te va a encantar», le decía a Tahiel cada vez que me acordaba que íbamos a visitar el museo.
Teníamos las entradas para un día en particular, pero pasábamos por la puerta del museo cada noche de camino a la parada de la guagua (bus) que nos llevaba de regreso a New Jersey, donde estábamos viviendo. Y cada vez que pasábamos por la puerta Tahiel quería entrar. Le llamaban la atención las luces y los muñecos de la entrada. Tuvo que esperar, pero valió la pena: el día por fin llegó y entró pleno de curiosidad.

 

 

Durante el recorrido, como en cada museo, Tahiel corría de una atracción a la otra casi sin tiempo de que le cuente qué era cada cosa que veía. La cantidad de elementos y espacios curiosos eran demasiados para la cabeza de un niño de 4 años. Quería ver y tocar todo al mismo tiempo. En un momento, lo veo con la cabeza en un agujero. Me acerqué y ya lo escuché gritando: papáaaaaa. Metí obviamente la cabeza y me encontré con muchos yo y muchos Tahieles. Por un segundo pensé que si tuviera 2 o 3 Tahieles, no daría abasto con mi energía ni con mi vida, ni de casualidad.

 

En menos de lo que canta un gallo me quedé solo con mis otros yo. Tahiel ya estaba espiando por un agujero para ver miniaturas que solo se ven ampliadas por un microscopio. No les voy a contar qué se veía, pero era una maravilla tallada en una mina de lápiz. Esta fue una de las cosas con las que Aldana más se sorprendió.

 


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Una de las escenas por las que Tahiel pasó como tiro y no hubo forma de que se detenga para que le expliquemos de qué se trataba, tenía que ver con un pedazo original del muro de Berlín.

 

A continuación, una escena conformada completamenmte con estampillas. Acá se detuvo 18 segundos.

 

Cuando entramos a la sala donde está expuesto un «muñeco» de tiburón y le expliqué que lo que estaba en la caja en el centro del cuerpo del animal eran cosas que se habían recuperado del estomago de algunos de estos simpáticos animalitos exclamó su tan característico «guauuuu».

 

Para seguir con la temática, pasamos a la sala donde se podían apreciar objetos que habían sido ingeridos o que entraron a un cuerpo humano o animal de alguna otra forma y, que por obra y arte de un milagro en algunos casos, el muy poco afortunado anfitrión había logrado sobrevivir. Por ejemplo, una gran mecha dentro de un cráneo. Según dice el cartelito, el hombre no murió. De la jaqueca no aclaraba nada.

Yo recordaba perfectamente cuando vi en un capítulo de la serie a una mujer que ostentaba tener las uñas más largas del mundo, o que al menos hacía muchos años que no se las cortaba, y se lo conté a Tahiel. Le llamó mucho la atención aunque le resultaba difícil de creer o de entender.

Las experiencias sensoriales sin lugar a dudas son las que más le gustaron a Tahiel. Para que pueda entender la perspectiva que podíamos obtener si se acostaba al lado de la cúpula del emblemático Empire State, o del «edificio de King Kong» como lo bautizó, tuvimos que sacar la primera foto y mostrársela. Luego, obviamente, tuvimos que sacar como 10 más y entre cada una Tahiel la tenía que ver, asombrarse y volverse a tirar al suelo con alguna otra pose. Con mucho gusto me tuve que sumar. Por suerte se formó fila y tuvimos que dejarle el lugar a quienes esperaban. Sino, teníamos para una hora más solo allí.



A Tahiel hay que insistirle para que vaya al baño. Aguanta hasta último momento con tal de no suspender su juego. Esa regla se rompió en el baño del Museo de Créase o no de Ripley, de donde no podíamos hacer que saliera.  Un botón grande, amarillo y muy tentador estaba en la entrada del baño. Parecía decir: «vení y apretame» y, por supuesto, todos lo hacíamos. ¿Qué sucedía? Se escuchaban ruidos a pedos de todos los tenores conocidos y desconocidos, haciendo pasar vergüenza a los pobres samaritanos que estaban sentados en el trono. Tahiel se encariñó con el botón y lo apretó muchas veces seguido de sus carcajadas tan cotagiosas.

 

 

 

 

Me encanta compartir con Tahiel estos lugares, porque disfruto de su inocencia y de su curiosidad a pleno. Y también, compruebo, lo parecido que es a mí cuando era pequeño (aunque creo que yo no era taaaann intenso como él).

¿Conocen el museo? ¿Qué fue lo que más les gustó o llamó la atención? 

Información práctica

  • El museo se ubica a pasos de Time Square. 234 West 42nd Street
  • Está abierto todos los días del año, desde las 10 de la mañana hasta las 11 de la noche. Los fines de semana abre hasta la 1 de la mañana. Lo bueno de este horario es que puede ser una visita de fin del día y se puede hacer de noche, cuando otras atracciones ya están cerradas.
  • Precios tickets: 25,60 adultos / 19,20 niños de 4 a 12 años / menores de 4, gratis.
  • Para tener más información pueden ver la web del Museo de Ripley, believe it or not.

 

Pueden leer toda nuestra experiencia de Nueva York con niños.

Pueden leer todo sobre viajar en familia.

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