Visita a San Juan de Gaztelugatxe (o el día en que me di cuenta que todavía soy chiquito)
Sí, tenía que pasar. Yo quiero hacer más cosas de las que mi cuerpito me permite y todo no se puede. Ya llegará el día en que pueda ir y venir por todas partes sin problemas, pero todavía no es el momento. ¿Por qué les cuento esto? Porque ayer me quedé con muchas ganas de visitar la ermita de San Pelaio, en San Juan de Gaztelugatxe. Es que dicen que hay tantas historias que la rodean que yo quería ir (no lo lean en tono «capricho»). Por ejemplo, algunos cuentan que era un antiguo convento de los templarios; otros aseguran que cuando el navegante Drake pasó por la costa vizcaína, se «enamoró» de ese peñasco y arrojó al vacío a la persona que cuidaba la ermita; y otros comentan que durante la época de la inquisición española, muchos de los que eran acusados de hacer «brujerías» eran encerrados en las cuevas de este lugar.
Este es el peñón y la ermita.
La cuestión es que un día nos tomamos un bus desde Bilbao y en menos de una hora estábamos en Bakio. Uno de los tantos pueblos que salpican el hermoso paisaje verde y montañoso del país vasco. La parada del bus está a muy pocos metros del mar y apenas nos bajamos sentimos esa brisa marina que tanto nos gusta a los tres.
Nos acercamos rápido y, de golpe, apareció ante nosotros un hermoso mar rodeado con montañas cubiertas de vegetación. Yo pienso como mi mamá: si al paisaje de mar le agregamos las montañas verdes se transforma en un lugar soñado.
Mirador del restaurante. Ni yo ni mamá salimos bien en la foto…