Tahiel en Mar del Plata: la ciudad de los lobos marinos.
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Decí que aguanté despierto. Me parecía que para mi papá era muy importante y aguanté despierto. Si llegaba dormido aquella noche a La Rambla, no sé si no se ponía a llorar él en mi lugar. Es que desde que sabíamos que íbamos para Mar del Plata, se le iluminaba la cara diciendo que me iba a llevar a los lugares donde tantas veces él fue de chiquito. Así como Córdoba fue el lugar de las vacaciones de mi mamá, Mar del Plata fue para mi papá.
Llegamos al medio día. Nos llevó El Chino, un amigo de mis papás. Paramos en Atalaya a comer las típicas medialunas y luego, increíblemente, dormí hasta Mar del Plata. Debió ser por eso que aguanté despierto hasta tarde.
Primero nos alojamos en la casa de Matías, un bloguero de viajes como mis papás. La primera noche, aunque las caras de mis papás y de Mati mostraban cansancio, mi viejo insistía: “vamos con Tahiel a La Rambla”.
“Lleven buzos”, decía Matías. Y menos mal que le hicimos caso, en Mardel de noche refresca y cerca del mar te volás. Por suerte yo voy atado en el carrito y lo único que se me volaba era mi jopito. El lugar más simbólico de Mar del Plata es el Casino, el hotel Provincial y La Rambla que está en el medio de los dos. Ahí hay unas estatuas de unos lobos marinos a las que mi papá llama, jocosamente, «las morsas de La Rambla». Mientras paseábamos pude ver en su cara que estaba alegre y feliz por estar allí conmigo. Misión cumplida. Me quedé dormido.
Estas fotos son de La Rambla de día y de la costanera. Mi papá me llevó varias veces a caminar por ahí…
Además de La Rambla, mi papá me quería llevar al puerto para que pudiera ver a los lobos marinos, pero esta vez de verdad. Sabe que a mí me gustan mucho los animalitos y creía que estos me iban a llamar la atención. Hasta ahora no lo sé, ya que jamás los vi de cerca. Estaban bajo una escollera, muy lejos de mi vista. Mi papá me decía: “ahí Tahiel, ahí Tahiel ¿los ves?”. Y yo lo miraba a él porque no veía nada. La verdad es que a veces mis papás me resultan graciosos.
Entonces a mi papá se le ocurrió que vayamos a realizar un paseo marítimo y nos subimos a uno de los barcos de Turimar S.A. El barco estaba esperando por nosotros en la Banquina de Pescadores. Ya arriba y sin haber salido mi papá se dio cuenta de que me iban a tener que cuidar mucho. Las barandas de los barcos no están pensadas para bebés caminadores e inquietos como yo, por eso no me podían dejar suelto como a mí me gusta.
Es lindo ver el agua desde el agua. Papá sacaba fotos para el blog y mamá me sostenía a upa para que no me escapara. La agoté. Al bajarnos… otra vez lo mismo. Parece que uno de esos lobos marinos de verdad estaba nadando cerca de donde estábamos y me decían: “ahí Tahiel, ahí Tahiel ¿los ves?”. Pobres. No vi nada más que agua. Hasta ahora para mí los lobos marinos son de cemento y adornan La Rambla.
Después de la navegación en la que pudimos ver la ciudad desde el mar, caminamos por el puerto y paramos a picar algo en la zona de los restaurantes. Mamá, papá y Mati comieron rabas y calamaretis fritos. Yo, galletitas de leche. Papá tomó coca-cola y mamá con Mati, cerveza. Yo, mamadera. Qué injustooooo!!!
Otra cosa que mi papá quería era llevarme a pasear por las Peatonales. La ciudad tiene una peatonal muy famosa, La San Martín, y varias calles que se hacen peatonal a la noche. En ellas pude ver una gran cantidad de personajes, incluidos magos! Esa noche tuve mucho hambre de repente y, por suerte, mi papá y Mati estaban preparados para hacerme la mamadera en cualquier lugar!
Uno de los días fuimos a la presentación del libro. ¡Para eso estábamos en la ciudad! A mí me cuidaron Laura y Matías, pero varias veces interrumpí la charla para subirme a la tarima a upa de papá o de mamá. La gente se reía. Yo no entendía por qué. Siempre me subo a upa de ellos. No me parecía gracioso.
Después de la presentación nos fuimos a comer unas pizzas a lo de Juan, con otros viajeros. Juan fue quién nos alojó los últimos días en la ciudad. Él es músico y creo que en su casa descubrí mi faceta musical, hasta ese momento desconocida. Si bien en casa mamá y papá me hacen escuchar Risas de la Tierra o Baby Einstein en Youtube, casi nunca había experimentado «hacer» música, además de escucharla. Digo «casi» porque mi tío Mariano también es músico y me deja usar su guitarra, pero en lo de Juan tuve una guitarra de mi tamaño y un órgano electrónico que estaba justo a mi altura. Apenas lo vi en la pieza me puse a experimentar los distintos sonidos. Ante la mirada de mis papás para que no lo rompa, Juan dijo que no había problema y entonces di rienda suelta a mi creatividad. Me gustó mucho. Juan también me trajo un banquito de plástico de mi tamaño y juntos hicimos percusión.
Cerca de lo de Juan está el Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata, que visitamos una mañana, y un centro cultural muy grande que se llama Espacio Unzué. En este último hay un montón de actividades para toda la familia y son gratuitas. Allí, les dieron un espacio a mis papás para que vendieran el libro y yo me la pasé jugando las tres tardes que fuimos. Hay de todo. Juegos bajo techo y al aire libre, recitales y payasos, malabaristas y gimnastas, no me daban los ojos ni los piecitos para mirar y hacer todo. Mientras papá vendía, mamá me seguía. Una vez vino Mati de visita y se quedó mucho tiempo conmigo para cuidarme, la verdad es que ya lo extrañaba, me aguantó un montón en su casa.
Entrada al Museo de Arte Contemporáneo, con Juan.
Haciendo algo de percusión, en el espacio Unzué.
Mucha gente dice que me parezco a mi papá, algunos otros, los menos, dicen que a mi mamá. Que los ojos, que la nariz, que el pelo, que las manos, que las piernas… Ni mamá ni papá me ven parecido a ellos, pero yo creo que descubrí algo en lo que me parezco a mamá. No soy muy amante de pasar todo el día en la playa, al menos por ahora. Una mañana hacía calor, la arena estaba que pelaba, el agua estaba fría, el sol pegaba muy fuerte y yo no quería usar gorrito. Papá insistía en embadurnarme con protector solar y salir para la playa. Mamá decía que mejor esperábamos a que nos tocara un día de menos calor. Al final, fuimos, pero yo me quedé a la sombra con mamá. En media hora estábamos de regreso. No quise ni tocar el agua. Creo que al final mi mamá tenía razón. A la tarde volvimos al Unzué.
¡Que bueno que está el Unzué para los chicos!
Espero que les haya gustado! Nos vemos en el próximo post! Les dejo mis consejos para los papás.
– No se engañen con eso de que necesitamos «tomar sol» por la vitamina E. Lo que necesitamos es estar algún tiempo al Sol, pero eso no implica que sea durante las peores horas y los días de mucho calor. Es suficiente con pasear a la tardecita o a la mañana. No nos hace bien estar al Sol. A ustedes tampoco, pero ustedes ya son lo suficientemente grandes como para conocer los peligros y hacerse cargo si se zarpan o si el «ideal de belleza» es más fuerte que la salud. Pero nosotros no tenemos la culpa. Así que, por favor, si tienen que estar al Sol, no se olviden de ponernos protector 45 o más. En muchos países de Europa mis papás vieron a los nenes en el mar con una remeras finitas, tipo de buzo, que protegen nuestro cuerpito. Si las consiguen son una buena opción.
– Traten de ir a la playa en los horarios permitidos. De 8 a 11 y de 16 hasta el anochecer. Mientras, aprovechen para almorzar tranquilos en casa o en un bar y para dormir una siesta, si es que los dejan.