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Cosas que voy a extrañar de Misiones

Ya hace unas semanas que volvimos de nuestro último viaje por Misiones y, si bien mis papás publicaron algunos post sobre todo lo que recorrimos en familia, yo me quedé con ganas de contarles mis experiencias. Me encanta viajar porque todos los días tengo una experiencia nueva, porque estoy mucho tiempo con mis papás (aunque en casa también los veo casi todo el día…) y porque aprendo cosas permanentemente. Por eso, en una especie de resumen, les cuento lo que voy a extrañar de Misiones…

VOY A EXTRAÑAR EMPAPARME CON EL AGUA…

El primer día que llegamos, dejamos las mochilas/valijas en la hostería Los Helechos y nos fuimos al Hito de las tres fronteras. El día estaba soleado y el paseo por la costanera fue hermoso. Es un paseo de unas pocas cuadras que se recorre en poco tiempo, pero claro que conmigo siempre tardamos más. Es que soy como mi mamá: paro a cada rato. Me gusta treparme a todo lo que tenga más de 10 cm de altura, correr, subir las rampas y también mirar detenidamente alguna cosa. Ella se detiene seguido por otros motivos, como para fotografiar algún detalle, pero los dos logramos que, a veces, mi papá resople un poquito. Yo no sabía que esa tarde comenzaría una extraña relación de amor-odio entre yo y el agua. ¿Por qué digo eso? Porque después del paseo, cuando llegamos al hito de las tres fronteras, yo corría sin control empapándome y matándome de risa entre los chorros de agua que salían del suelo alrededor del monumento. Me encantó mojarme y disfruté el estar empapado un largo rato (y que después, cuando bajó el Sol,  mis papás me abracen para darme calorcito), pero…

 

Pero al otro día, en nuestra visita a las Cataratas del Iguazú del lado argentino, la Garganta del Diablo nos recibió con tanta, tanta agua, que nos empapamos apenas las vimos desde lejos. No sé si era porque yo tenía sueño (tuvimos que madrugar) o porque ese día, simplemente, no tenía ganas de mojarme. Mi mamá me puso el piloto verde «de la ranita», me habló bajito, me hizo upa, trató de convencerme para que mirara la belleza que tenía frente mío, pero no hubo caso. Hasta que pasaron unos cuantos minutos y me fui amigando. Después, me encantó que el agua fresca de las cataratas me empapara. ¡Y hasta me puse en pose para la foto! Ahora que lo pienso, creo que el problema era el sueño que tenía, porque en todos los viajes me encanta jugar con el agua y este, justo en las cataratas, no podía ser la excepción.

Acá, efectivamente, tenía sueño.

Acá, ya estaba un poco más convencido. 

Acá, ya me puse en pose para mojarme.

 

Al otro día, que fuimos a las Cataratas del Iguazú del lado brasileño, llovió todo el tiempo y disfruté un montón saltando los charcos y caminando bajo la lluvia con mi piloto «de la ranita». Evidentemente el problema fue la sorpresa de la fuerza del agua en la Garganta del Diablo y el sueño que tenía.

 

 

 

VOY A EXTRAÑAR A FRANCISCO Y A CAMILO…

Los viajeros más experimentados (y los no tanto) dicen que una de las cosas más lindas de los viajes es la gente que se conoce en el camino. Y por eso, una de las cosas que más me gusta hacer cuando viajo es conocer y jugar con chicos de mi edad. Por eso, mis papás siempre tratan, en la medida de lo posible, de estar en lugares o conocer familias donde haya chicos y nuevas experiencias. En este viaje hice dos nuevos amigos, a los que no sé si alguna vez volveré a ver, pero con los que pasé hermosos momentos que siempre recordaré, y con los que hice varias cosas por primera vez. Con Francisco, fue la primera vez que me quedé tantas horas (¡más de nueve!) con alguien que no conocía y sin mis papás. Y mis papás lo contaron en FB con esta foto y con este texto:

Esta foto podría haber sido tomada en cualquiera de nuestros viajes a.T (antes de Tahiel). Una mesa en la habitación de algún hotel, con la computadora para trabajar y los cuadernos para escribir el diario del viaje, ideas o proyectos. Pero, increíblemente, la tomamos ayer, domingo, en nuestra habitación de El Soberbio, mientras afuera diluviaba, en uno de los viajes d.T (después de Tahiel). Entonces, la pregunta es ¿dónde estaba Tahiel? Si fuera más pequeño podríamos responder que estaba durmiendo la siesta (algo que agradecíamos mucho en los primeros viajes con él). Pero ya va a cumplir 4 años y hace dos que no la duerme. Después de pasear durante la mañana por el río y de conocer las dos plazas con juegos que tiene la ciudad, nos fuimos a almorzar al restaurante del hotel Hotel & Restaurant Don Enrique. Luego de almorzar, decidimos ir a buscar algún lugar abierto para comprar agua. Dino se adelantó con Tahiel mientras yo aprovechaba el wifi del restaurante para responder unos mensajes. En menos de 10 minutos Dino volvió sin el agua y sin Tahiel. ¿Donde estaba? Se había quedado jugando con un nene de su misma edad, que vive al lado del hotel. Pensamos que el juego duraría unos minutos. Nos acercamos para hablar con los papás y le dijimos a Tahiel que ya era hora de irnos, que ellos iban a comer y que teníamos que ir a comprar agua. «Vayan a comprar el agua, que se quede acá jugando, no hay problema». Fuimos a comprar el agua. De regreso pensamos que ya iba a querer volver con nosotros, pero la respuesta fue negativa. Y los papás volvieron a ofrecernos cuidarlo mientras jugaban. Estaban tan felices y tan en su mundo de fantasía navegando un barco de cartón, que no podíamos negarnos. Estábamos en la habitación al lado de su casa y ellos eran los sobrinos del dueño del hotel. Así que nos fuimos al cuarto, aprovechamos para editar fotos, videos, responder mails, escribir el diario de viaje (es la primera vez en 4 años que logró ir al día!) y todas esas cosas que nunca tenemos tiempo de hacer porque estamos con Tahiel. Bajamos varias veces a ver cómo estaba todo y siempre todo estaba más que bien. Tanto que Tahiel se quedó a cenar. Tanto que volvió «a casa» a las 10 de la noche. No lo podíamos creer ni nosotros. Todo pasa. Todo llega. Cada vez estamos más convencidos de eso. El nuevo amigo de Tahiel se llama Francisco. Vamos a tener que conocer a un Francisco en cada ciudad/pueblo que visitemos.

Ahora que lo leo, creo que sí, que está bueno esto de encontrar un «Francisco» en cada lugar. Mientras ellos hacían sus cosas, yo me divertía a lo grande. Tiramos todos los juguetes al suelo, desarmamos una caja y la transformamos en barco, nos disfrazamos de súper héroes y nos reímos mucho. Tuvimos una relación hermosa. Nos llevamos muy bien y no hubo ni una sola pelea.

 

A Camilo lo conocí en una de las escuelas rurales que visitamos en El Soberbio. Es el hijo de Martín, el director de la escuela. Llegamos a la escuela un día temprano y nos quedamos a dormir en su casa. Yo estaba feliz porque había mucho espacio para correr y muchos juguetes que, para mí, eran nuevos. Camilo es un poco más efusivo e inquieto que Francisco y está muy acostumbrado a la vida de campo. Me divertí un montón con él, aunque nos peleamos un poco más. Fue la primera vez que dormí en una escuela rural, en un cuarto de madera. Fue la primera vez que corrí a las gallinas sin que estén en una granja. Fue la primera vez que me caí en un estanque con barro y salí marrón. Fue la primera vez que me picó una planta (sí, yo nunca había escuchado que las plantas picaban, pero hay una, la ortiga, que sí, y me dejó un salpullido muy feo que, por suerte, se fue a los pocos minutos). Fue la primera vez que me trepé a una casa del árbol en el campo. Fue la primera vez que jugué con un gatito bebé (aunque el que «jugaba» con él era Camilo y yo me reía).

 

 

VOY A EXTRAÑAR LA CASA DE LAS BOTELLAS…

Todos los adultos dicen que los niños nos entretenemos con cualquier cosa. Y es cierto. Aunque los juguetes nuevos nos encantan, muchas veces pasamos más tiempo jugando con una botella o caja que con otra cosa. Por eso, cuando mis papás nos llevaron a conocer la Casa de las Botellas en Puerto Iguazú yo quedé alucinado. No tanto con la casa grande, sino con la casa pequeña, como si fuera la casa del árbol con la que todo niño sueña. Tanto me gustó que me compraron de recuerdo un auto hecho con botellas, al que llevé de paseo por todas partes en Misiones y me lo traje para Buenos Aires. ¡Es todo terreno! Además, después de esta visita nos fuimos a comer a un restaurante muy sencillo en el mismo barrio y me encantó la comida y la familia que nos atendió!

 

 


VOY A EXTRAÑAR LA MAGIA EN MISIONES…

Si bien sé que siempre que viaje con mis papás voy a ver magia y me voy a reír de lo lindo, las presentaciones en Misiones tuvieron algo especial. Para mí fue la primera vez que visite una aldea guaraní y que escuché «en vivo y en directo» algunas palabras en esa lengua que ya había leído en unos cuentos, como panambí (mariposa) y yurumí (oso hormiguero). También, Javier, el maestro, me dejó «jugar» a un juego típico de los guaraníes que se llama «yaguareté» y se juega con los mismos movimientos de las damas (eso decía mi papá). Además, cada vez disfruto más ver a mí papá haciendo lo que más ama (bueno, él dice que lo que más ama es a mí). Me encanta estar entre los chicos, jugar con ellos (aunque a veces también me pelean, como me pasó en la aldea de Yasy Pora cuando no me querían dejar jugar con un globo, pero sé que eso forma parte de la vida y del viaje), sorprenderme una y otra vez con el mismo juego y aplaudir a más no poder al final de cada show. ¿Ya vieron el video?
No se pierdan mi declaración de amor y el final.

 

(También voy a extrañar que me mimen, como con la manzana que me dieron los maestros de otra escuela porque tenía hambre después del show).

VOY A EXTRAÑAR LOS HELECHOS…

Los Helechos se llama la hostería donde nos alojamos más de una semana en Puerto Iguazú. La voy a extrañar porque allí me sentí como en casa. Todos me trataban bien, me llamaban «Tahiel», me saludaban y siempre les gustaban mis sonrisas y payasadas. Las chicas de recepción me dejaban colgar las llaves de las habitaciones en el tablero y el camarero del restaurante siempre me regalaba algo. Además, había una hamaca paraguaya que «me la adueñé» y mucho no me gustaba cuando llegaba y estaba ocupada, y una pileta donde me encantaba pasar las tardes con mi papá.

 

VOY A EXTRAÑAR A LOS ANIMALITOS…

Si bien pensé que iba a ver muchos más animalito de los que vi, siempre voy a recordar con cariño a las mariposas y a los coatíes por las pasarelas de las Cataratas, pero sin dudas, lo que más me quedó grabado fue la visita al refugio de animales Güra Oga. Si bien mucho no entendía de la explicación que nos daba Tamara, vi el video donde algunos animalitos estaban encerrados o los habían atropellado y me alcanzó para comprender que en ese lugar los curaban. Me quedé con esa idea y cada vez que se lo comentaba a mis papás ellos asentían. Viajar también nos enseña a cuidar el ambiente en el que vivimos.

El viaje a Misiones me encantó. Cada vez me gusta más viajar y hablar de viajes. Mis papás se sorprenden cuando menciono tantos lugares lejanos y se ríen cuando me confundo los que son países, ciudades o continentes. Es que para mí no importa qué sean, son lugares a los que quiero ir (o quiero volver). Y Misiones ya está en la lista de los que quiero volver.

¡Gracias por acompañarme en «Te cuento del camino lo que vi»!

Si vas a Misiones, a lo mejor te interesa leer:

El Hito de las Tres Fronteras.

Güira Oga, refugios de animales.

Guía para viajar a las Cataratas del Iguazú.

La Casa de las Botellas, en Puerto Iguazú.

Si vas a viajar en familia, no dejes de mirar Todo para viajar en familia.

Agradecemos a Andes Líneas Aérea y a Cuenca del Plata turismo por acompañarnos en este viaje y en nuestro proyecto social por Misiones. Si están pensando en contratar excursiones, no dejen de consultar precios y servicios con Cuenca del Plata. Si viajan a El Soberbio, no dejen de consultar en el hotel Los abuelos, un lindo espacio familiar.

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