De Iquique a Santiago, con escala
Las conversaciones con los camioneros son de lo más interesantes. Es como hablar con los taxistas en una ciudad. Nunca sabés si te dicen la verdad, te mienten o sólo exageran. Pero tiene su encanto escucharlos y es una de las experiencias interesantes de viajar a dedo. En el camino de Iquique a Santiago, con escala en Antofagasta, tuvimos el placer de viajar con Mario y con Samuel.
Primer tramo de Iquique a Santiago
Salimos de Iquique temprano. Perry, nuestro couch en Iquique, nos dejó a la salida de la ciudad. El camino estaba desierto. Sólo pasaban algunas camionetas-taxi que iban derecho al aeropuerto. Comenzaba el fin de semana largo por las fechas patrias chilenas. “Va a estar difícil el dedo”, pensamos.
Pero por suerte, nos equivocamos. Mario paró con su camión a los pocos minutos de espera y a las tres de la tarde estábamos en Antofagasta.
Mario tiene 60 años de vida, que no los aparenta, y más de 30 de camionero. Uno de los temas preferidos de los camioneros es hablar de mujeres. Sí, así en plural, porque suelen tener la esposa y la mujer (léase, amante). Pero Mario no sólo tenía esposa y mujer, sino que algunas historias más con ganas de contar. Así que abrimos los oídos y nos dispusimos a escuchar. Entre anécdota y anécdota nos confesó que se cansa pronto de las mujeres, las deja y, hasta ahora, nunca se enamoró. ¿Por qué será?
Durante el viaje escuchamos uno de los programas radiales que más oyentes tiene en Chile: el programa de Rumpi, «Chacotero sentimental», en radio Corazones. Es tan famoso que hasta se hicieron dos películas. Durante unas horas, las personas llaman y cuentan sus historias amorosas y conflictivas, confiesan sus aventuras o sus inclinaciones sexuales y esperan los consejos de Rumpy. Mientras lo escuchábamos no sabíamos si reirnos o llorar (o las dos cosas…).
Una nueva experiencia couchsurfing en Antofagasta
Nuestro paso por Antofagasta coincidió con el fin de semana de las fiestas patrias chilenas. En la ciudad de la minería nos recibió por unos días Valentina. Como tenía la casa para ella, porque sus papás estaban de viaje, organizó una reunión con amigos chilenos y extranjeros.
Así fue como en la cena había seis chilenos, un turco, un holandés, un lituano, dos estadounidenses y dos argentinos (nosotros). En un momento, mientras cada uno estaba en los suyo, comiendo, bebiendo, charlando o preparando la comida, me tomé unos minutos para mirar la situación “desde afuera”.
Me puse a pensar cosas como: qué bueno sería si siempre las personas de varias nacionalidades pudieran estar así, compartiendo una mesa, una bebida, una charla… qué bueno sería si los gobiernos, los medios de comunicación y los grandes empresarios pudieran pensar más en unir que en dividir… qué bueno sería si la gente se diera cuenta de que realmente somos todos iguales, que sólo tenemos diferentes idiomas, religiones, costumbres en el vestir o en el comer, pero que somos iguales.
Y no sólo iguales en cuanto a derechos y obligaciones, somos iguales porque nos afectan las mismas cosas, sufrimos el calor y el frío extremo, nos emocionamos, lloramos, nos reímos y tenemos la misma vulnerabilidad ante, por ejemplo, un desastre natural. Pero cuando mi cabeza empezó a ir más allá de estos pensamientos tomé un trago de cerveza y me metí en la primera conversación que pude. No tenía sentido seguir pensando en ese momento… lo dejé para más tarde.
Como suele ocurrir en estas reuniones de couchsurfing no podía faltar la magia… y hubo magia para dejar a más de uno con la boca abierta. Hasta a aquellos que en vez de disfrutar el momento se empeñan en querer “saber cómo se hace”.
El 18 de septiembre se festeja el día de la independencia del país trasandino y todas las ciudades se llenan de banderas rojas, blancas y azules. Además, suele haber fiesta durante varios días, asados, empanadas y mucho alcohol. No sólo corre la cerveza y el vino, sino también la chicha y el terremoto. Llaman terremoto a la bebida formada por vino blanco, helado de piña y un poco de fernet, granadina o licor amargo. A la jarra grande se la llama cataclismo y al vaso pequeño, réplica.
Debido a la gran cantidad de bebida que se toma en esos días y de autos que circulan por las rutas de una ciudad a la otra, todos en la ciudad nos recomendaron esperar hasta el martes para salir a la ruta. Si bien para los camioneros no hay feriado que valga, la ruta iba a estar muy cargada y con muchos borrachos al volante. Así que les hicimos caso y nos quedamos dos días más.
Nos mudamos a la casa de Natalia, porque Valentina se iba de viaje. Nati y su familia nos recibieron con los brazos abiertos y nos cocinaron unas empanadas muy ricas.
Una tarde, un amigo de las chicas, Álvaro, nos invitó a dar una vuelta por la ciudad y nos explicó algo de su historia. A continuación, algunas fotitos.
Vista desde la casa de Natalia.
Edificio que pertenecía a la administración boliviana cuando Antofagasta era parte de Bolivia.
Vista de la antigua estación de trenes, a orillas del mar, desde donde se transportaba la materia prima hacia el interior.
Monumento al cobre que construyeron por el bicentenario de Chile.
Plaza principal de la ciudad, con la torre del reloj en su centro: un obsequio de los ingleses.
Planchas de cobre listas para salir por el puerto.
Murales en un edificio que simulan situaciones reales del pasado.
Para despedirnos, Álvaro nos regaló un casette de Víctor Jara, músico, cantautor y director de teatro chileno. Un referente de la canción reivindicativa, torturado y asesinado durante la dictadura de Pinochet.
Camino a Santiago
El martes temprano salimos a otra vez a la ruta. ¡Qué linda es la ruta!
Nos tomamos un colectivo local hasta la salida de la ciudad y en un ensanchamiento de la ruta comenzamos a señalar con el dedo “gordo” hacia el sur. No pasaron 10 minutos que paró Samuel, con su camión Volvo,
“¿Para dónde van?”, nos preguntó.
“Nosotros para Santiago, pero vamos hasta donde nos lleves de camino”, le explicamos nosotros.
“Voy a Santiago”, vamos.
Buenísimo! No lo podíamos creer…
Entonces trepamos (digo “trepamos” porque los camiones son muy altos y requieren toda una técnica para subir y bajar sin matarse en el intento) hasta nuestras posiciones en el camión y emprendimos la marcha.
Paramos a almorzar en el medio de la ruta. Samuel nos sorprendió con un calentador, sillas, café, té, ensalada, carne argentina (que había sobrado del asado del 18), jugo de frutillas y agua. Armamos el comedor en el acoplado, que estaba vacío, y disfrutamos el almuerzo.
Viajamos hasta La Serena, donde llegamos a las 12 de la noche. La empresa de Samuel les exige a los conductores dormir unas 5 horas, desde las 12 de la noche hasta las 5 de la mañana aproximadamente. No todos lo respetan, pero por suerte él sí. Como Samuel durmió en la cabina del camión, sobre su colchón, nosotros nos fuimos para el acoplado. Es impresionante lo grande que es, estaba vacío y parecía (y era) más largo que nuestra casa. Sacamos las bolsas de dormir, las pusimos sobre el suelo (un poco duro) y tratamos de dormir.
Nuestra habitación en el camión.
Un poco de magia para despertarnos.
A las 5 de la mañana en punto, el camión se puso en marcha y era la señal para despertarnos. Pasamos a la cabina y a seguir viaje.
Samuel es una persona con la que no podés aburrirte. Habló de todo y no paraba de repetir la palabra «wuevón». Conversamos sobre los impuestos a la minería, el conflicto de la educación, los militares chilenos, Pinochet y Piñera, la guerra de Malvinas… y, obviamente, las mujeres!
Llegamos a Santiago a la 1 de la tarde, nos dejó a una cuadra del metro y de ahí nos separaban 10 estaciones hasta lo de Araceli y Darío (hermana y cuñado). Mejor «dedo» imposible!
Ahora estamos en Santiago disfrutando del reencuentro con familiares y amigos. La idea es quedarnos unos 20 días en la ciudad, tratar de hacer alguna presentación del proyecto y algún show privado. Los mantenemos al tanto. Mientras, tenemos varios flash y notas especiales para ir compartiendo con todos ustedes. ¡No se los pierdan!