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Autostop

      Cada persona es un mundo - “Están de suerte chicos, al final vamos a seguir hasta Cape Town. A mi mujer la llevaron al hospital y tengo que ir para allá ahora”. Escuchar la primera mitad del mensaje nos puso contentos, pero la felicidad duró el tiempo que dura un punto seguido. La oración que venía a continuación nos confundió completamente. Connie (nombre de varón) nos levantó en una estación de servicio en Mossel Bay, sobre la llamada “ruta jardín”, en Sudáfrica. Como pasa casi siempre, mientras viajábamos nos fuimos haciendo “amigos”. Nosotros teníamos la intención de llegar ese día a Cape Town porque Pablo, un mendocino que nos iba a alojar, nos esperaba con pizzas caseras. La lluvia y el viento de ese día hicieron que el dedo se demorara más de la cuenta y llegáramos a Mossel Bay más tarde de lo esperado. Como ya estaba oscureciendo, nos fuimos haciendo a la idea de que las pizzas caseras quedarían para otro día. Entre charla y charla, Connie nos ofrece quedarnos a dormir en su casa de Worcester, a unos 120 km de Cape Town. Al día siguiente, muy temprano, él nos dejaría en otra estación de servicio sobre la ruta para terminar nuestra travesía hacia Cape Town. Nos pareció muy bien ya que no disponíamos de muchas más opciones. Todo estaba encaminado hasta que sonó su celular y Connie comenzó a hablar en afrikaans, idioma que por supuesto, no manejamos.

      Teorías “Fuera de Sudáfrica yo con los negros no tuve ni tengo ningún problema, pero allá, es muy complicado, sobre todo con los más jóvenes”. Esta es una de las primeras frases que nos dice George, el dueño de una pequeña camioneta a la que nos subimos en Macías para llegar a Maputo. Su contextura física grandota, su piel blanca rosada, su cabello rubio y su barba con bigotes le daban un aspecto bien de extranjero en el sur de Mozambique. Pero él no lo sentía. Era uno de los tantos sudafricanos blancos que tiene una casa en Paria do Bilene, muy cerca de Macias. “Hago este trayecto muy seguido”, nos contaba, “es que cuando los negros en Sudáfrica se organicen y nos ataquen y expulsen de nuestras casas, yo quiero tener a donde escapar junto con mi familia”. Así, cortito y al pie, nos dio su veredicto. Nosotros nos quedamos atónitos con semejante comentario. Él exponía sus razones. Nos contaba que el problema entre negros y blancos, muy latente aún en su país, no tardaría en tomar un rumbo trágico. Su teoría se sustenta en que los más jóvenes quieren realizar una especie de “venganza” por lo que los blancos le hicieron a los negros en otra de las tantas páginas tristes de la humanidad. Lejos de la pacificación propuesta y, en algún punto lograda, por Nelson Mandela, y acatada por muchos, los más chicos son muy beligerantes y “si te asaltan y sos blanco, te matan”, por lo menos en la visión de George.

  (cuando se publique esta entrada vamos a estar en medio del Parque Chobe, con los animalitos!) Uno de los primeros consejos que siempre damos y que escribimos hace ya un tiempo en nuestros tips sobre autostop es que debemos averiguar las particularidades de cada lugar. Es un consejo muy útil en Botswana. ¿Por qué? Porque muchos hacen dedo. Sobre todo las personas con menos recursos. Pero hay un detalle. Casi siempre es por plata. Tanto en la ciudad de Gaborone (la capital) como en las principales rutas que unen pueblos y ciudades existen  los llamados hiking spots. Estos lugares no son más que dársenas donde las personas se paran para hacer dedo. Allí también paran los buses (por si no conseguis quien te lleve y te decidís por seguir el camino en bus). El gesto que utilizan es un brazo estirado hacia adelante y un movimiento leve de la mano hacia arriba y abajo (como pidiéndole al auto que pare). Por lo tanto, es un país acostumbrado al autostop así que será fácil hacerlo. Lo más complicado puede ser encontrar quien te lleve gratis. Preparando el cartel para llegar a Palapye, lugar donde la ruta se divide en dos caminos. Uno rodea al salar de Makgadikgadi por el norte y el otro, por el sur. No sabíamos por cuál ir. Lo decidimos en el camino.

 

 

Salimos de Nasca con rumbo a Arequipa. Sabíamos que nos esperaba un largo y lento viaje. Llegamos a la ruta Panamericana y la estación de servicio (o grifo, como le dicen en Perú) a la que queríamos ir se encontraba a unas seis cuadras, según los lugareños. Si dicen la verdad, pensamos, no es tanto… podemos ir caminando. Y así fue. Mientras caminábamos por el costado de la ruta se me ocurrió darme vuelta, miré atrás y vi que venía un camión. Cuando pasó cerca de mí le hice dedo. No tenía muchas esperanzas de que parara, ya que no era el mejor lugar para hacerlo y el conductor venía “embalado”. Pero levantar el brazo y poner los dedos en posición no costaba nada. El camión pasó de largo. Nosotros seguíamos caminando. A los pocos segundos, cuando miro hacia delante veo que el camión para. ¿Había parado por nosotros?, me preguntaba. Por las dudas, le digo a Dino que apuremos los pasos. Había parado por nosotros. Nuestro vehículo.

  Increíblemente ya pasé 2 cumpleaños seguidos fuera de casa. La sensación… muy diferente. Hace un año aún nos estábamos alejando. Hoy, estamos regresando. En aquel momento, transitábamos mi sueño. Hoy, misión cumplida. Allá en Rusia, hice magia para viajeros de todo el mundo. Hoy, la magia es para chiquitos con vidas complicadas y acompaña nuestro proyecto educativo. En agosto 2010, todos hablaban inglés. Hoy el español es lo que se escucha. Allá era verano. Acá, invierno. Para los 40, cenamos pescado, para los 41 Chifa (comida china peruanizada). Hace 12 meses, el lago Baikal. Ahora, las líneas de Nasca. Algo se mantuvo: mi copiloto perfecto sigue ahí.