Historias de dedo en África II (con algunas reflexiones)
Les compartimos la segunda parte de historias de dedo en África, en este enlace pueden leer la primera parte.
Cada persona es un mundo
– “Están de suerte chicos, al final vamos a seguir hasta Cape Town. A mi mujer la llevaron al hospital y tengo que ir para allá ahora”.
Escuchar la primera mitad del mensaje nos puso contentos, pero la felicidad duró el tiempo que dura un punto seguido. La oración que venía a continuación nos confundió completamente.
Connie (nombre de varón) nos levantó en una estación de servicio en Mossel Bay, sobre la llamada “ruta jardín”, en Sudáfrica. Como pasa casi siempre, mientras viajábamos nos fuimos haciendo “amigos”. Nosotros teníamos la intención de llegar ese día a Cape Town porque Pablo, un mendocino que nos iba a alojar, nos esperaba con pizzas caseras.
La lluvia y el viento de ese día hicieron que el dedo se demorara más de la cuenta y llegáramos a Mossel Bay más tarde de lo esperado. Como ya estaba oscureciendo, nos fuimos haciendo a la idea de que las pizzas caseras quedarían para otro día. Entre charla y charla, Connie nos ofrece quedarnos a dormir en su casa de Worcester, a unos 120 km de Cape Town.
Al día siguiente, muy temprano, él nos dejaría en otra estación de servicio sobre la ruta para terminar nuestra travesía hacia Cape Town. Nos pareció muy bien ya que no disponíamos de muchas más opciones.
Todo estaba encaminado hasta que sonó su celular y Connie comenzó a hablar en afrikaans, idioma que por supuesto, no manejamos.
Directo a Cape Town
Cuando cortó, con rostro poco feliz, nos dijo que nuestra suerte había cambiado: podíamos continuar directo a Cape Town sin escalas y nos explicó por qué:
– Mi esposa tiene cáncer, está muy enferma y dolorida. Llamó a mi hijo para que la vaya a ver y terminaron llamando a la ambulancia para que la lleven al hospital.
El clima en la camioneta nunca volvió a ser el mismo, a Connie se lo veía distante y pensativo. Parecía que se estaba haciendo a la idea de que en no mucho tiempo más se quedaría sin su esposa ya que, según nos dijo, las visitas al hospital eran cada vez más frecuentes. De sólo pensarlo me entristecí, pero mucho más me apenó imaginar que una vez en destino, Aldana y yo retomaríamos nuestro ritmo habitual y, aunque lo recordáramos, él y nadie más que él seguiría en sus zapatos.
Si bien me entristecí, noté una gran fortaleza en él y un enorme sentido de la solidaridad. Pasamos por su casa, preparó un bolso, se subió a la camioneta y seguimos viaje. A pesar de la situación, nos invitó a comer algo en una estación de servicio, ya que eran casi las 12 de la noche y, una vez en la gran ciudad, nos acompañó hasta la zona de hostels para buscar un lugar donde pasar la noche.
No tenía por qué hacerlo. Como todos los hoteles baratos estaban llenos, luego de pasar por el hospital a dejar la ropa y a buscar a la señora que cuida de su mujer, nos llevó hasta la estación central del ferrocarril. Allí, había unos cuartos, un poco sucios y olorosos, donde podíamos pasar la noche bajo techo. Al otro día, ya con la noticia de que su mujer podía dejar el hospital, por lo menos por un tiempo, nos levantamos y nos llevó hasta lo de Pablo. Tampoco tenía por qué hacerlo.
No sabemos si hoy su mujer aún vive, jamás la conocimos, pero sí conocimos a Connie, un hombre que nos demostró que se puede ayudar a los demás a pesar de no estar en su mejor momento. Un hombre que nos compartió su mundo y, por un rato, fuimos parte de él y él del nuestro.
Cuarto en la estación central de ferrocarriles, donde pasamos la noche.
Connie y su sonrisa a la mañana siguiente, cuando ya tenía la noticia de que podía pasar sacar a su esposa del hospital.
La magia del camino
– “Ya es tarde chicos, hoy no van a poder llegar a Port Elizabeth, si quieren, yo tengo una guesthouse en Mount Frere, donde vivo con mi familia, y se pueden quedar a pasar la noche ahí para seguir viaje mañana. No se preocupen, no les voy a cobrar”.
Al escuchar este tipo de propuestas nos ponemos felices porque aparece otra vez, y de la nada, la posibilidad de convivir, aunque sea por un rato, con alguna familia local y disfrutar de su realidad, siempre parecida pero diferente. Como dicen en Vietnam: “same same but different”.
Matthew regresaba a su casa en Mount Frere desde la cárcel donde trabaja cada día. Cuando nos dijo que era guardia cárcel se me dispararon miles de preguntas, por lo que fue uno de los viajes más entretenido que recuerdo ya que a él, también, le daba curiosidad nuestra realidad.
Al llegar a su casa, luego de deliberar unos minutos y de tomar una rica merienda, decidimos aceptar la oferta. Como la guesthouse estaba llena nos invitó a pasar la noche en su casa, junto con Belinda, su esposa, y sus 2 hijas pequeñas.
Nos trasladamos hacia la casa, justo detrás del hotel, y Matthew hizo que dos empleadas del lugar nos preparen la habitación de huéspedes de su casa. Puedo decir que la habitación, que ya de por sí era muy linda, parecía de un hotel 5 estrellas (hasta nos dejaron toallas, jabón y shampoo). Si bien las hijas de Matthew eran 2, había un tercer chiquilín correteando con ellas por toda la casa.
Belinda nos contó que era el hijo de una familia muy amiga que estaban pasando por un mal momento: se encontraban en Durban mientras operaban a la hermanita de una grave enfermedad. Por eso, ellos estaban cuidando al benjamín de la familia.
Hicimos magia para todos, cenamos, charlamos mucho y entre tema y tema, apareció el omnipresente apartheid para volver a sorprendernos. Ambos, Matthew y Belinda, son “colored”, o sea, mestizos. En Sudáfrica nadie se salvó de la separación racial y, por supuesto, ellos eran discriminados por los blancos, pero también por los negros, lo cual nos asombró aún más.
Durante la conversación al respecto, nos cuentan que, aún hoy, tanto los documentos de identidad como las fichas de trabajo tienen un hermoso recuadrito para completar que dice “raza” y que la gente lo sigue completando. Ante nuestra cara de sorpresa, Matthew fue a buscar su ficha de trabajo y ahí estaba el recuadrito. Además, en algunos casos, se pregunta por el “idioma”. Sudáfrica tiene 11 lenguas oficiales y es claro que si no hablás afrikaans, no sos blanco.
Fue una experiencia por demás entretenida e informativa pero el broche de oro fue que nos regalaron los boletos de bus desde Mount Frere hasta Port Elizabeth para que no hagamos dedo. Definitivamente, el camino está lleno de gente buena y sin lugar a dudas, también está lleno de magia. Al día siguiente, a la tardecita, estábamos llegando a Port Elizabeth donde nos recibió otra linda familia.
Ese día, el viento y la lluvia no ayudaron mucho en la ruta…
Parte del documento que nos mostró Matthew, donde se pregunta por la «raza».
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