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Author: Aldana Chiodi

      El domingo es un día especial. Para bien o para mal es un día que no pasa desapercibido para la mayoría de las personas. Para algunos es triste, aburrido y deprimente. Es el comienzo de una nueva semana llena de obligaciones y rutina. Para otros, en cambio, es el día para disfrutar de una buena comida en familia, salir a pasear, recorrer algún sitio especial y recibir la semana con una sonrisa (aunque deseando que el fin de semana se estire un poco más). En Maputo, al igual que en varias ciudades del mundo, muchos de sus habitantes eligen pasar el día en familia o con amigos. Para eso, uno de los lugares favoritos es la costanera y su mar. La familia en pleno momento “romántico”.  

Siempre escuchamos hablar sobre los viajes “en el tiempo” y lo bueno que sería ir y volver de un año a otro cuando quisiéramos. Pero nunca se habla de los viajes en el espacio. No me refiero a los viajes “al” espacio, sino “en” el espacio. Muchos me dirán que estos viajes ya existen: son los que hacemos si nos desplazamos, por ejemplo, de una ciudad a la otra o de un país a otro gracias a los medios de transporte modernos, como el avión. Sí, esos sí existen. Pero yo me refiero a otros. ¿Se imaginan caminar unas cuadras y estar en una ciudad, dar vuelta en una esquina y aparecer en otra, andar tres cuadras más y sentirte en otra ciudad? Bueno, algo así ocurre con Maputo. Por eso digo que es como hacer un viaje “en el espacio”. Ya les dije que amo la geografía urbana, no? A veces parece alguna ciudad de India…

A veces pasa. Estás en el lugar justo, en el momento apropiado. No sabés por qué, pero estás ahí. Puede ser que sea la incertidumbre que caracteriza muchas veces a nuestro viaje. Eso de no saber cómo vas a viajar de un lugar a otro, quién te va a levantar en la ruta o dónde vas a dormir esa noche. La incertidumbre es compañera de la aventura y de la sorpresa y eso es lo que nos pasó en Swaziland, en Mbabane, mientras averiguábamos por unos precios… Parte del valle de Ezulwini.

 

  Me siento una privilegiada. Estoy en el campamento Linyianti, en el Parque nacional Chobe, sentada frente a una mesa escribiendo para el blog. Frente a mi se extiende una llanura con una laguna cubierta de verde. Escucho sonidos de hojas que se rompen y pisadas en el agua. Es un grupo de cinco elefantes, tres adultos y dos pequeños, que se bañan, comen y toman agua a menos de 10 metros del lugar en el que me encuentro. Increíble. Me distraen tanto que ni siquiera puedo concentrarme en lo que quiero escribir. Pero quiero escribir. Así que mejor que me concentre. Con la luz del día todo se ve mejor Siempre que llegamos a un lugar de noche (aunque tratamos de no hacerlo a veces pasa) decimos la frase que titula este texto. Cuando llegamos esa noche después del autostop el conductor se bajó en su casa y le dio el volante a la mujer pasada de copas (borracha). Estaba muy oscuro así que no pudimos ver bien dónde se bajó pero para llegar a su casa nos metimos en caminos de arena/tierra. Después, ella tomó el volante y nos preguntó dónde queríamos ir. Nos miramos y le dijimos casi al mismo tiempo: “al centro”. Claro, pensamos que al ser un lugar desde donde salen todas las excursiones hacia los principales destinos turísticos del país tendría un “centro” como los del sudeste asiático (y gran parte del resto de Asia): con hostels o guest houses económicas, con bares y restaurantes para comer algo, con lavanderías, con agencias de viajes una al lado de la otra, con locutorios y tiendas de recuerdos. Pero no. No había nada de eso. “Este es el centro”, nos dijo. Miramos por la ventanilla y solo vimos una estación de servicio Shell, un local de comidas 24 horas (nos salvó) y algunos negocios cerrados. Nos bajamos, dimos un giro de 360 grados sobre nuestros pies y vimos un hotel. No nos quedó otra que, después de conseguir un descuento, pasar la noche allí. Eran más de las 11 de la noche y el día de dedo había sido agotador. “Con la luz del día todo se ve mejor”, pensamos, cenamos algo y nos fuimos a dormir.

  Mientras de día prevalece el silencio, la noche le da paso al sonido: ramas que se rompen, pisadas, “voces” de animales, movimiento del agua. Nosotros, dentro de la carpa, tratamos de conciliar el sueño pero es difícil. Nuestras cabezas no pueden dejar de imaginar qué es lo que está pasando allá afuera. Lo sabremos al otro día cuando al salir de la carpa nos sorprendan estas huellas en la arena.

  Nunca pensé que iba a escribir esto. Los que más me conocen o hace tiempo que leen el blog saben que el fanático de los animales es Dino. Yo siempre traté de huirles. Pero el último 24 de septiembre algo cambió. Fue la primera vez que participé en un safari. Fue en África (tenía que ser en África), más precisamente en el Parque Nacional Chobe, en el norte de Botswana, en los campamentos de Savuti y Linyanti, a donde llegamos gracias a skl group of camps. Fue emocionante. Nunca pensé que podía sentir lo que sentí al ver a la naturaleza “trabajando” en su estado más puro. Mientras, nosotros éramos simples y privilegiados observadores.

  El éxito o el fracaso de un safari depende mucho de la suerte. No digo en un cien por ciento, porque también influye la habilidad del guía para leer las huellas y señales que van marcando los animales en su búsqueda de comida o en sus traslados. En nuestro primer día de safari en Savuti se combinaron las dos cosas de la mejor manera posible: nuestro guía Josiah agudizó sus sentidos y la suerte estuvo de nuestro lado.

  (cuando se publique esta entrada vamos a estar en medio del Parque Chobe, con los animalitos!) Uno de los primeros consejos que siempre damos y que escribimos hace ya un tiempo en nuestros tips sobre autostop es que debemos averiguar las particularidades de cada lugar. Es un consejo muy útil en Botswana. ¿Por qué? Porque muchos hacen dedo. Sobre todo las personas con menos recursos. Pero hay un detalle. Casi siempre es por plata. Tanto en la ciudad de Gaborone (la capital) como en las principales rutas que unen pueblos y ciudades existen  los llamados hiking spots. Estos lugares no son más que dársenas donde las personas se paran para hacer dedo. Allí también paran los buses (por si no conseguis quien te lleve y te decidís por seguir el camino en bus). El gesto que utilizan es un brazo estirado hacia adelante y un movimiento leve de la mano hacia arriba y abajo (como pidiéndole al auto que pare). Por lo tanto, es un país acostumbrado al autostop así que será fácil hacerlo. Lo más complicado puede ser encontrar quien te lleve gratis. Preparando el cartel para llegar a Palapye, lugar donde la ruta se divide en dos caminos. Uno rodea al salar de Makgadikgadi por el norte y el otro, por el sur. No sabíamos por cuál ir. Lo decidimos en el camino.